Sopa de guijarros
De un tiempo a esta parte no hay medio de pantalla o de sonido, que no tenga un cocinero largando. A cualquier hora. Dando consejos de todo y de nada en general, han sobrepasado el tradicional formato de recetas fáciles y ya los tenemos en tertulias, debates, realitys, concursos o docudramas. Incluso hay un Cocineros por el Mundo, que luego no pasan de Barajas, que deben emitirse a horas tan exóticas que no los ven ni los participantes. Lo peor de estos hombres y mujeres del gorro blanco es lo que dicen y cómo lo dicen. Mientras preparan un cocido evocando la cocina de la abuela, te endosan un eslogan sesudo, una norma de conducta o una política de futuro. Entre risa majadera y cebolla, con lagrimitas incluidas, una crítica a la clase política, y mientras calientan el caldo, una soflama para emprendedores. O te largan un chiste, con menos sal que las raras salsas que manejan. Antes eran otra cosa. Los programas aceleraban cocciones y fritos para no hacerse pesados. Mostraban recetas sin tanta tontuna y mágicas pretensiones. Y con la materia prima e ingredientes de proximidad. Sin jengibre, panko, hibisco, aceitunas líquidas o caviar falso de melón. Sólo he visto en un ensayo la postura sensata del cocinero Santi Santamaría arremetiendo contra las modas de la nueva cocina capitaneada por Ferrán Adriá y otros compinches, cuando propugna: Cambio chef por tomates frescos. En mi pueblo, Labros, goza de merecida fama, por su originalidad y sabor único, la sopa de guijarro. La patentó hace un siglo una mujer con pocos posibles que aportaba este ingrediente a sus vecinas a la hora de compartir el frugal guiso, más que habitual en tiempos pasados y que no se negaba a nadie. El plato puede abandonar su humildad si lo pilla un chef estrella y talentoso, le añade un huevo deconstruído o ajo negro y lo rebautiza como soupe de la felicité. Pero elementos clave como el tempo de introducción o extracción del canto rodado en la cazuela o el tamaño adecuado a los comensales, son un secreto mejor guardado que la fórmula de Coca-Cola. Algún día veremos a uno de estos gurús de los fogones pontificándola ante las cámaras. Casi mejor que no se enteren porque tantos chefs compitiendo, pueden acabar a pedradas