Talavante maquilla una gélida tarde en Brihuega

07/04/2013 - 21:05 Redacción

 
? Seis toros de Garcigrande: en general, flojos. Mejores los jugados en primer, tercer y sexto lugar; por nobleza y condición. El sexto tuvo mayor fondo que el resto. ? Juan José Padilla, blanco y oro: un pinchazo y estocada tendida (leve petición de oreja); estocada trasera, cinco descabellos, aviso, pinchazo y estocada (silencio). Morante de la Puebla, caña y oro: estocada habilidosa y descabello (silencio); cuatro pinchazos y cuatro descabellos (bronca). Alejandro Talavante, rosa palo y oro: pinchazo y estocada trasera (leve petición de oreja); estocada tendida (2 orejas).
 
 
La tarde vino con el paso cambiado. De esas ocasiones en que nada sale a favor de obra. La primavera no asomó y el gélido viento que se colaba por las esquinas empedradas se hizo insoportable en La Muralla. Una machada aguantar sentado en los tendidos durante dos horas. Esta vez, sin tormenta de granizo como la del año anterior, también el invierno se hizo presente en abril. El mérito fue de ellos, de los aficionados que se desplazaron hasta Brihuega. Algunos haciéndose cientos de kilómetros y pasando por taquilla para contemplar un despropósito como el acontecido en el ruedo de La Muralla. La tarde no tuvo por dónde cogerse y no hay manta para tapar el frío y los pobres argumentos del festejo. Que se lo hagan mirar las figuras rutilantes, aquellos del G-10 que con actuaciones como las del sábado hacen un flaco favor a la Fiesta.
 
  No merecía tal suerte la empresa debutante, Campo Bravo Alcarreño, que ha apostado su trabajo y su dinero intentando no desmerecer un ápice la herencia de Maximino Pérez, el cual por cierto también estuvo presenciando la corrida. La respuesta de público no fue tan rotunda como otros años y los hosteleros lo comentaban con sabor agridulce. La crisis, el frío, las lluvias…pero lo cierto es que no se colgó el cartel de ‘no hay billetes’.
 
  Tres cuartos de entrada para ver un cartel redondo como éste. Aciago Morante Bajó algún punto la presentación del ganado y en el sorteo matinal hubo imposiciones tan vergonzosas como el hecho de que el entorno de Talavante cambiara sus toros por los designados como sobreros. Curiosamente, fue Alejandro a la postre quien demostró encontrarse en mejor momento y las dos orejas que cortó al sexto redimieron una corrida insostenible. Abrió plaza un castaño chorreado que, como el resto del encierro, cantó con el capote su endeblez. Apenas pudo Padilla estirarse a la verónica y rescató con las banderillas sus mejores momentos. Se ganó ‘El Ciclón de Jerez’ la ovación del público tanto en los pares de poder a poder como en la interpretación al violín. La calidad del toro, noble y con buen son, se vió atenuada por su flojedad.
 
  Padilla hubo de administrar series cortas y en la recta final puso en gala su repertorio más efectista. En su segundo, se hizo de nuevo presente enjaretando dos largas cambiadas de hinojos. Las banderillas subieron el diapasón que tuvo continuidad en la apertura de faena por templados circulares de rodillas. Otorgó el jerezano al toro sus ventajas y en una faena larga, condujo al animal muy templado y pulseado al hilo de tablas. Las manoletinas de cierre consolidaron un potencial premio que arruinó un pésimo manejo de los aceros.
 
  Apenas un par de muletazos de Morante sirvieron para poner la miel en los labios y dejarnos a las puertas del cielo. Su inválido primero sólo permitió firmar dos momentos repletos de genialidad que no hallaron continuidad. Se derrumbó el funo dos veces y Morante, con gesto de impotencia, se fue a por la espada. Protestado el quinto, hundió el de la Puebla el mentón en un derechazo eterno. Pero un feo derrote fue motivo suficiente para que la faena tomara otros derroteros. Se esfumó entonces la motivación y Morante creyó que era la hora de la muerte.
 
  La pitada fue grande y se tornó en bronca después del sainete recitado con el estoque. Vencida la tarde y con el frío ambiental y artístico reinante, no fueron pocos los que abandonaron los tendidos tras la muerte del quinto ejemplar. Precisamente, Talavante se encargó de redimir una tarde sin brillantez con un astado de gran calidad, que aunque flojo, tuvo muchas virtudes. Entre otras, su nobleza, repetición y forma de humillar. Lo vio claro Alejandro que lo condujo largo en los vuelos de la muleta, gustándose e improvisando adornos y remates. Solvente y relajado, aguantó parones e incluso se permitió cambiar el viaje del animal por la espalda en dos ocasiones. La estocada trasera fue de rápido efecto y le hizo merecedor de la Puerta Grande. Antes, en su primero, la faena no cobró altos vuelos, ante un ejemplar que se revolvía con peligrosidad por el pitón izquierdo.