Taurinos y antitaurinos, en la calle
Tras la reciente prohibición de los toros en Cataluña, el pasado 28 de julio, en el resto de las comunidades autónomas se han venido sucediendo manifestaciones. Reacciones en cadena, continuadas sin descanso por los colectivos antitaurinos de todo el país. Ayer le tocaba el turno a Guadalajara. Ecologistas en Acción y otros colectivos animalistas de dentro y fuera de nuestras fronteras solicitaron públicamente, a través de una manifestación pacífica por la capital, la abolición de la tauromaquia. Consideran que tanto las corridas como cualquier modalidad de encierro, deben ser abolidas, puesto que, según ellos, el descontento y la condena hacia la tauromaquia es un sentimiento que crece día a día, en una sociedad cada vez más respetuosa con los derechos de los animales. Sin embargo, en nuestra provincia el amor por el toro y por los festejos en los que participa este animal es parte de la historia de muchos de sus pueblos. El encierro de Brihuega, las vacas por el Tajo en Trillo, los encierros en la capital o incluso la Feria de septiembre en Las Cruces, no son más que algunas de las manifestaciones que se siguen de forma masiva. Toreros, rejoneadores, recortadores han salido de estas tierras para llevar el nombre de Guadalajara por calles y plazas de toros de todo el país. Sin embargo, capítulos bochornosos como una grabación difundida por la televisión de un encierro de Galápagos o el altercado entre amantes y detractores de estos festejos en Sacedón ponen la nota negativa, y la excepción que confirma la regla. Pero si algo quedó ayer patente es que vivimos en un régimen de libertades. Las corridas de toros son un espectáculo tradicional, sí, y también duro y cruel para algunos. Tiene sus defensores y detractores, pero deben seguir estando ahí, celebrándose. El que quiera ir, que vaya, y el que no, que no vaya. Lo justo es que si desaparecen algún día que sea por consunción propia y no por decreto. En eso se basa la libertad.