Testimonio de amor y denuncia de desamor
El libro de los Hechos de los Apóstoles narra los primeros pasos de la Iglesia. Entre otras cosas señala que los miembros de la primitiva comunidad cristiana eran constantes en escuchar la enseñanza de los apóstoles, en la vida común, en la fracción del pan y en las oraciones (Act 2,42).
El encuentro con Dios en la oración les impulsaba a permanecer unidos y a poner en común lo que de Él habían recibido. Incluso llegaban a vender sus posesiones para compartir los beneficios con los necesitados de la comunidad, teniendo en cuenta la situación de pobreza de cada uno. La comunión con Dios es la que les impulsa a sentir con los otros y a partir el pan con ellos, para que a nadie le faltase lo necesario para vivir con dignidad. Este testimonio de amor a los más pobres es el que hacía creíbles a los seguidores de Jesús ante los paganos.
Teniendo en cuenta estos comportamientos y actuaciones de los primeros cristianos, podemos concluir que la caridad no puede ser nunca un hecho secundario en la vida de la comunidad cristiana, sino un aspecto prioritario de la misma. La contemplación de la Palabra de Dios y la comunión del Cuerpo y de la Sangre de Cristo en la Eucaristía tienen que traducirse en un compromiso sincero por mostrar el amor recibido a todos los hombres, sin distinción de raza, de cultura o religión.
Si partimos de aquí, no resulta difícil entender que tanto Cáritas como las restantes organizaciones caritativas de la Iglesia deben revelar y mostrar en su actuación la fuerza del amor de Dios. Cada cristiano, a partir de la contemplación de Cristo en la oración, ha de salir de sí mismo y de sus preocupaciones para contemplarlo en cada persona, especialmente si es pobre o experimenta el sufrimiento.Por tanto, quien vive la misión de Cáritas no es un simple voluntario que dedica una parte de su tiempo a escuchar y atender a los demás, sino un verdadero testigo de Cristo que ama a los demás con el espíritu de la gratuidad y del don, como Él nos amó a todos.
La contemplación de Cristo, que nos sirve la mesa y nos invita a comer su Cuerpo como alimento de vida eterna, tiene que impulsarnos a los creyentes a preparar mesas por todos los rincones del mundo para que todos tengan un sustento digno y nadie pase hambre. Por eso, en la misión de Cáritas debe estar siempre la oferta de alimento espiritual y material para que cuantos padecen hambre corporal o espiritual puedan ver satisfechas sus necesidades.
Ahora bien, además de la ayuda material y espiritual a los necesitados, el papa Francisco nos recordaba el pasado día 12 de mayo, con ocasión de la apertura de la Asamblea General de Cáritas Internacionalis, que la Iglesia, en el ejercicio de la caridad, también debe recordar a los poderosos de este mundo y a quienes viven instalados en su egoísmo que Dios un día nos llamará a juicio y en ese momento se demostrará si hemos procurado darle de comer a Él en cada persona (Mat 25, 35) y si trabajamos para que el medio ambiente no se destruya, sino que produzca el alimento necesario para todos.