Tiempo de gracia y salvación
La Iglesia, con el signo de la imposición de la ceniza, invita a todos sus hijos a entrar en el tiempo litúrgico de la Cuaresma con el firme propósito de avanzar en la camino de la conversión. Por medio de la meditación asidua de la Palabra de Dios, los cristianos somos convocados a descubrir nuestras incongruencias y pecados en el seguimiento de Jesucristo y en la relación con los hermanos para volver la mente y el corazón a Dios, que viene a mostrarnos su amor y a regalarnos su misericordia.
En este itinerario de conversión hemos de vivir siempre con la convicción de que Dios no nos pedirá nunca nada que no nos haya regalado con anterioridad. La certeza de que Él nos ha amado y nos ama primero nos ayudará siempre a no alejarnos de su voluntad ni de la entrega servicial a los hermanos, cuando la vida nos sonríe y la salud nos acompaña. Para no caer en la indiferencia ante las personas y ante los problemas sociales, hemos de permanecer con el corazón abierto a Dios y a nuestros semejantes.
Los cristianos necesitamos vivir esta experiencia de la cercanía de Dios y de su amor para no dejarnos arrastrar por los criterios culturales del momento, según los cuales Dios y la persona interesan en la medida en que pueden ser utilizados para el propio beneficio. Una vez que la divinidad y el ser humano no interesan para servirse de ellos, pueden ser relegados al olvido como cacharros inútiles hasta que se considere oportuno volver a utilizarlos. Esta forma de pensar y de actuar está llevando a muchos hermanos a despreciar los fundamentos religiosos y las normas éticas para analizar la moralidad de las acciones y para descubrir la bondad o la malicia de las mismas.
Ante la contemplación de esta globalización de la indiferencia, fruto del olvido del Dios verdadero y de la creación de nuevos dioses a la medida de cada persona, tendría que preguntarme: ¿Cómo estoy yo, que me confieso católico y, por tanto, seguidor de Jesucristo? ¿Me dejo vencer también por el relativismo y el subjetivismo ambiental en mi relación con Dios y con los hermanos o, por el contrario, la escucha de la Palabra y la respuesta al clamor de los que sufren sigue ofreciendo luz y plenitud de sentido a mi existencia?
Para responder a estos interrogantes, deberíamos hacer un examen de conciencia, siguiendo las reflexiones del papa Francisco sobre el relativismo práctico que, como él mismo indica, puede ser aún más grave que el relativismo doctrinal, porque tiene que ver con las opciones profundas que determinan una forma de vida. Este relativismo práctico dirá el Santo Padre- es actuar como si Dios no existiera, decidir como si los pobres no existieran, soñar como si los demás no existieran, trabajar como si quienes no han recibido el anuncio no existieran (EG n. 80).
Durante este tiempo de gracia y de salvación, que es el tiempo cuaresmal, todos estamos convocados a salir al desierto, a detener el paso y a recuperar la dimensión contemplativa, para descubrir que Dios se interesa por nosotros, nos conoce por nuestro nombre y nos busca cuando nos alejamos de sus enseñanzas para invitarnos a reconstruir la comunión con Él y con los hermanos. En el silencio de nuestra oración, no olvidemos nunca que el amor de Dios hacia cada ser humano le impide ser indiferente a nuestras necesidades y sufrimientos. Acompañados e iluminados por su Palabra, que es Palabra de vida eterna, practiquemos la oración, el ayuno y la limosna en el camino hacia la Pascua.