Todos pierden. Perdemos todos

23/12/2015 - 23:00 Emilio Fernández Galiano

A diferencia de lo que ocurre en todas las elecciones, en las que todos los partidos dicen que han ganado, en estas últimas a todos se les adivina el rictus de la decepción. Al PP por la pérdida de tres millones y medio de votos y un pobre resultado electoral en el Congreso (no así en el Senado en donde ha obtenido mayoría absoluta). Con todo, ha ganado las elecciones. Al PSOE porque no deja de bajar y ha perdido otro millón y medio de votantes además de los que perdió Rubalcaba. Con todo, sigue siendo la segunda fuerza más votada. A Podemos porque de ser la alternativa, se ha quedado en tercera fuerza sin ser respaldados como esperaban. Con todo, casi igualan a los socialistas en intención de voto. A Ciudadanos porque no cumplen las expectativas ni son determinantes para posibles pactos. Con todo, irrumpen con fuerza como nuevo partido de centro.
En cualquier caso, el bipartidismo ha salido herido seriamente, pero no ha muerto. Y los partidos emergentes lo han sido, pero no tanto. En un caprichoso reparto de escaños, el nuevo parlamento presenta una policromía en la que los pactos no resultan fáciles por ninguna de sus vertientes. De la misma forma que hace años, ante la eventualidad de un rescate, se insistía en que España no era Grecia, ahora, tampoco es Alemania. La hipótesis de la “gran coalición” se me antoja improbable. La incompatibilidad de caracteres de los respectivos líderes y la histórica aversión de los socialistas por el PP y su consecuente reciprocidad, ambos ejerciendo oposiciones cainitas en muchos casos –qué poco hemos evolucionado-, apuntan a un pacto imposible. La facilidad con la que el PSOE siempre pacta hacia su izquierda o con nacionalistas permitiría alumbrar un posible pentapartito, pero los integristas del mismo son demasiado diferentes en los que chocan conflictos insuperables. Si alguna lección debiera sacar el PSOE es que allá donde pacta con Podemos es literalmente engullido (Madrid, Barcelona, Valencia, etc.). Lo sucedido en Madrid es singularmente escandaloso, pasando a ser la cuarta fuerza política de la capital… ¡Si Tierno levantara la cabeza! Los más interesados, hablan de que se ha votado un cambio, pero como dice González Pons lo que se ha votado es que haya pactos. Los políticos deberían buscar la estabilidad anteponiendo los intereses del Estado a los suyos propios. Pero cómo van a pensar en el Estado si son incapaces de cambiar sus propias organizaciones. Así les va.
En Guadalajara, el PP tampoco ha sido ajeno a la pérdida de apoyo electoral y reduce en un diputado su presencia en el Congreso, repartiendo con PSOE y C’s los otros dos escaños. En el Senado, sin embargo, se repiten resultados obteniendo los populares los tres de sus listas acompañados otra vez por un representante socialista. En mi opinión, ni PP ni PSOE han valorado bien la formación de sus listas en nuestra provincia para el Congreso; en el caso de los primeros parece evidente ante el resultado para el Senado. Si se repiten elecciones –opción nada descartable- deberían contar con buenos gestores en lugar de gente con “peso” en Madrid. El tirón de algunos políticos tanto del PP como del PSOE avalado por sus resultados electorales en sus circunscripciones, además de contrastados y eficaces gestores, son buenos ejemplos de cómo acertar en la composición de listas, toda vez que los dos principales partidos, a diferencia de los emergentes, se basan –o deberían basarse- más en cuadros y en profesionales de prestigio.
El día después, en términos financieros, ya exhibe sin disimulo las consecuencias de la inestabilidad. Baja la Bolsa, la prima de riesgo se dispara, se paralizan las inversiones. Esto no es bueno para nadie. Para un país como España, tan difícilmente gobernable y tan particular en su entramado ideológico y territorial, sería conveniente una reforma electoral –no sólo para municipales o autonómicas- sino también para las generales, contemplando la posibilidad de una segunda vuelta. Estoy convencido de que ante el panorama al que asistimos un buen número de votantes cambiaría ahora mismo su sentido del voto. Como se puede demostrar, la ley D’Hondt no es suficiente para favorecer la estabilidad y la gobernabilidad parlamentaria. Bajo un hipotético sistema parlamentarista, en el que los diputados eligen al primer ejecutivo, se disimula una intención distinta a la que se ampara porque, no nos engañemos, en unas elecciones generales no votamos a unos señores para que elijan a un presidente del gobierno, votamos directamente a Rajoy, Sánchez, Iglesias o Rivera. Es, uno más, asunto que nació cojo de una Constitución gestionada brillante pero en algunos casos, atropelladamente. Hora es y tiempo ha pasado para que se reforme en lo que haga falta.