Tormenta en el río

04/08/2015 - 23:00 Luis Monje Ciruelo

El padre había prometido que irían el sábado a merendar a las orillas del Henares, un poco más allá de la desembocadura del Sorbe, cerca de Cerezo. El día amaneció nublado, pero el aire era tibio, y no había motivos para echarse atrás. Así que fueron preparados para no hacer fuego, precisamente en un paraje ennegrecido por un reciente incendio que quemó varias hectáreas de eriales y rastrojos y alarmó a los vecinos de Cerezo. El río discurre allí rápido y caudaloso creando sotos y florestas de chopos, álamos y sauces, tan densos que el Henares corre por un túnel vegetal que pocos han descubierto. Y que los pintores desconocen cuando pretenden captar los paisajes más bellos de nuestras tierras. Padres e hijos se alegraron de haber ido y de paso estos aprendieron nombres de árboles de ribera; lo veloces que son los halcones cuando cazan, y, en contraste, el vuelo lento de los patos cuando abandonan los carrizales y tratan con esfuerzo de echarse a volar. No se dejó ver ningún mirlo, pero sí escucharon sus trinos en la espesura; supieron lo que es un coto de pesca y se iniciaron en el placer de esta afición, aunque no pudieron practicarla por ser tiempo de veda. El rumor del agua, que allí bate con fuerza, se confunde con el murmullo del viento en la fronda. Tumbarse en la hierba para escuchar el correr del agua era una tentación que los hijos no resistieron y los padres tampoco, aunque, estos, previsores, habían llevado sendas hamacas. Pero la placidez de la tarde comenzó a turbarse cuando unos truenos lejanos les hicieron mirar al cielo y comprobar que estaba cubierto de nubes, no supo el padre explicar si nimbos, cúmulos, estratos o cirros, aunque sí que eran de las que traían agua puesto que empezaron a caer unas gotas, y, a la par que los truenos, arreció la lluvia, casi sin dar tiempo para recoger los bártulos y refugiarse en el coche. Temieron que el mal camino de tierra hasta el asfalto se embarrase y no pudieran salir. Y se fueron a casa contentos por haber disfrutado de unas gratas horas en familia en un paisaje de ensueño, a donde pensaban volver, en cuanto pudieran, dada su cercanía a la capital y porque, como dijo el padre, cuando el termómetro sube y el calor angustia, no hay mejor lenitivo que la frescura de las arboledas. Y Pedro, el mayor, de 15 años, al que le gusta enterarse de todo, comentó: “Pues la tele no anunció tormentas en la vega del Henares. Pero lo he pasado bien, y he aprendido muchas cosas.”