Transformados interiormente en Cristo

16/10/2011 - 00:00 Atilano Rodríguez

 
  
      El evangelio nos interpela constantemente sobre nuestros sentimientos, actitudes y comportamientos, invitándonos a volver al Señor y a permanecer en actitud de sincera conversión a El y a los hermanos. Todos somos pecadores y, por tanto, estamos necesitados de una profunda purificación interior para que el amor de Dios, que es derramado en nuestros corazones por la acción del Espíritu Santo, se manifieste en nuestro modo de vivir y actuar. Ahora bien, para que esta purificación interior sea posible, es preciso que escuchemos la voz de Dios y que crezcamos en la comunión de vida con Él.
 
  Esta íntima comunión con Cristo, que tiene lugar en distintos momentos de la existencia, se realiza de un modo especialísimo cuando los cristianos participamos de la fracción del pan eucarístico y recibimos el Cuerpo de Cristo resucitado bajo las especies del pan y del vino. En ese momento se produce la más auténtica y la más perfecta comunión con Él. Por eso la Iglesia invita a todos sus hijos a recibir el perdón de Dios en el sacramento de la reconciliación antes de entrar en contacto con la santidad de Dios en el sacramento de la Eucaristía.
 
   El Papa Benedicto XVI, en el tradicional encuentro con los sacerdotes de Roma el año 2009, al referirse a esta íntima comunión del cristiano con Cristo en la Eucaristía, decía: “La comunión sacramental es esta interpenetración entre dos personas. No tomo un trozo de pan o de carne, sino que tomo o abro mi corazón para que entre el Resucitado en el seno de mi ser, para que esté dentro de mí y no solo fuera de mí y así hable dentro de mí y transforme mi ser, dándome el sentido de la justicia, el dinamismo de la justicia, el celo por el Evangelio. Esta celebración, en la que Dios no solo se acerca a nosotros, sino que entra en el tejido de nuestra existencia, resulta fundamental para poder vivir realmente en Dios y para Dios y traer la luz de Dios a este mundo”.
 
  Estas reflexiones del Santo Padre nos ayudan a comprender que la Eucaristía no puede quedarse nunca en un simple rito ni en el cumplimiento de un mandato eclesial. Cuando recibimos a Cristo somos tocados en nuestra intimidad y debemos dejarnos transformar interiormente en nuestros sentimientos, actitudes y criterios por Él. De este modo, transformados en lo más profundo de nuestro corazón por Cristo, podremos avanzar en la transformación del mundo que el Señor desea y de la que quiere hacerme instrumento.
 
  Ahora bien, para que la Eucaristía produzca esta transformación interior en cada cristiano, será preciso que preparemos adecuadamente la celebración, que participemos en la misma de forma consciente y que nos adentremos en el misterio que celebramos. Partiendo de esta participación activa y espiritual, será posible progresar, con la ayuda de la gracia divina, en la renovación interior y asumir los compromisos evangelizadores en la familia, en la atención a los pobres y en la convivencia diaria. Que el Señor nos ayude a vivir con gozo y sin prisas cada celebración de la Eucaristía. Feliz día del Señor para todos.