Un hacha de carnicero

01/10/2010 - 09:45 Hemeroteca

Cartas al director
Un hacha de carnicero es un instrumento de trabajo. Sirve para trocear costillas de cordero, ancas de vacuno o huesos de jamón. Ni siquiera a los gobiernos más tiránicos del mundo, aquellos que requisan las armas de sus ciudadanos para conjurar posibles revoluciones, se les ocurrió jamás prohibirlas. Pero una hacha de carnicería es también un arma y un arma de larga tradición clandestina en China. Como tal fue utilizada por sociedades secretas, conspiradores políticos y grupos delictivos.
La Sociedad del Loto Blanco o la Asociación de la Tierra Pura (los “turbantes rojos” o “hong-jin”), que derribaron emperadores y cambiaron dinastías, contaban con ellas entre los arsenales de sus sicarios. Para la Policía británica de Hong Kong un crimen con hacha de carnicero era algo tan característico como una “lupara” en un crimen siciliano o un puñal dorado bajo la almohada de un visir degollado en la época de los “assassim”: significaba la firma de alguien y ese alguien recibía el nombre de “tríadas”.
Las tríadas controlaban el negocio del juego en la antigua colonia británica: las complicadas loterías que llenaban páginas enteras de los periódicos locales, las carreras, las peleas de gallos, los antros del opio y la prostitución; de ellas obtenían cuantiosos beneficios que después eran blanqueados en la construcción o el petróleo. Durante la guerra civil china contrabandeaban armas para los mandarines de la guerra y las demás partes implicadas; durante la ocupación japonesa colaboraron tanto con los nipones y el Manchukuo como con la resistencia nacionalista y las fuerzas aliadas. Por principio colaboraban con cualquiera que les proporcionara beneficios. Sus asesinos se reclutaban en los pueblos del interior, entre los niños “difíciles” de los campesinos pobres. Todos los integrantes de un gang se conocían entre sí por vínculos de vecindad y hablaban el mismo dialecto, bastante distinto tanto del cantonés de Hong Kong y la costa como del “mandarín” (Pu-thon-guao) oficial que hablaban los guardias fronterizos. Eran grupos cerrados, seguros y discretos: impenetrables a la infiltración de la policía. Cada sicario sabía que sus padres y hermanos estaban vigilados por la tríada y que sus familias sufrirían las consecuencias si ellos fracasaban o se mostraban inexactos en el cumplimiento de alguna misión. Por otra parte, los dirigentes de los clanes delictivos eran gente atenta a la evolución de los tiempos y sumamente adaptable a las nuevas oportunidades de negocio. Por eso pudieron sobrevivir a los cambios políticos, a las reformas económicas y a los esfuerzos policiales.
En la nueva China del Capitalismo del Partido de los Trabajadores, las tríadas se han mezclado en las altas finanzas como antes se mezclaban en los préstamos usurarios (a los que siempre acuden los excluidos del sistema crediticio bancario). Las anticuadas loterías han sido sustituidas por islas de casinos como Macao, ese “Las Vegas” del Oriente Asiático. El contrabando de armas o de drogas redondea beneficios con el contrabando de emigrantes ilegales.
Todo esto no nos afectaría si la pasada semana, en nuestra misma ciudad de Guadalajara, el martes 7 de abril, un ludópata oriental no hubiera perpetrado con sus compatriotas una espantosa matanza: una mujer muerta, un niño de cuatro años a las puertas de la tumba, otra mujer en la UVI; marido viudo y mutilado que vela la agonía de su único hijo; tales son las consecuencias de esa innenarrable agresión que, junto a un calambre de horror, nos ha dejado muchos interrogantes por responder: ¿dónde se ocultó el asesino?, ¿quién lo ocultó?, ¿a cambio de qué?, ¿fue una acción impremeditada? y otra cuestión que tal vez no sea insignificante, ¿dónde aprendió a manejar ese hacha homicida con tanta brutal precisión?

RAFAEL DÍAZ RIERA
Guadalajara