Una democracia individualista
28/09/2012 - 00:00
Insatisfacción social, frustración, falta de expectativas por todas partes y brotes de protestas ante la situación de renuncias, sacrificios y dificultades a las que no estábamos acostumbrados. Hemos vuelto a vivir situaciones que ya creíamos superadas y olvidadas. Aquellos que creen que la libertad humana es ilimitada quieren organizar y dirigir tanto la libertad de los demás, que terminan acabando con ella. Más igualdad y más democracia no significan más libertad.
La política actual se encuentra ante este dilema: los Estados son viejos, la democracia es nueva ¿cómo se puede así canalizar las ideas, los deseos, los sentimientos, los intereses, los sufrimientos y las aspiraciones de un pueblo? Hay un regimiento de intelectuales que piensa que eso sólo se consigue por la revolución permanente. ¿Dónde está el suelo común donde puede crecer a la vez la libertad y la ley, la autoridad y la democracia? El bienestar no nos iguala a todos porque el bienestar no es igual para todos. Hemos construido una democracia muy individualista, muy egoísta. Hemos perdido de vista el sentido de lo común y hemos profundizado en el punto de vista del interés y de la reivindicación personal. Hemos cometido muchos errores.
Se ha ocupado mucho tiempo y se ha perdido mucha ideología y pedagogía alentando sentimientos y movimientos antiautoritarios a quienes confiábamos la expresión y representación de nuestro grado de insatisfacción. No creíamos en la moderación como forma de colaboración. De repente nos hemos dado cuenta de que existe un vacío político y democrático en el pueblo que antes, en la situación reinante de la economía, no habíamos descubierto.
Ese vacío de convicciones se está utilizando estratégicamente para atraer la libertad de los demás a las propuestas de la mía. Las famosas revoluciones en política sólo son un cambio en la dirección de la libertad como cambia la dirección del viento. Y la libertad no es un viento. No hay un nivel moral, de desprendimiento y generosidad en las democracias de hoy. Existe una remodelación pendiente de la democracia.
Asistimos a un gran engaño con el llamado confesionalismo político, es decir, hasta que una ideología, una religión, un movimiento, un partido no haga de su forma de pensar una forma de Estado no va a detener la militancia contra la libertad. La política se convierte así en un esfuerzo en pos de la ocupación del poder del Estado más que de la extensión de la libertad de la población. El problema de nuestra democracia es que al pueblo se le usa y no se le sirve. Qué difícil es realizar las dos dimensiones de esta palabra, es decir, la demo (pueblo) y crata (poder). Demo no es cratos. El pueblo no gobierna y, por eso, algunos hablan de falsa democracia o democratura.
El pueblo sólo hace que señalar a aquellos que vienen elegidos por los medios de comunicación, por el sistema o la red de intereses económicos o políticos de determinadas mayorías ignorando que el principio de las mayorías también tiene un límite en las leyes. Pero la libertad ¿dónde está la libertad? Muchos ciudadanos trasladan la validez del principio de las mayorías a la constitución y a la moral haciendo del pluralismo político un dogma. La moralidad política está, así, en un estado constituyente sin principios decisivos y permanentes. En esa creencia o situación no se puede gobernar o dirigir a un pueblo que aspire a un verdadero progreso pues todo progreso es único como única es la persona y abarca lo económico y lo moral.