Una democracia sin recursos

23/12/2012 - 00:00 Jesús Fernández


 
  Analizando la situación actual de nuestra democracia descubre uno la falta de recursos que tiene, a pesar de los años transcurridos en ella. Se advierte, en primer lugar, una ausencia de recursos personales. Nuestros gobernantes de hoy no han cambiado mucho el estilo de gobernar de otras etapas. En cierto modo es explicable pues no han conocido más que a una generación anterior de políticos y, sin darse cuenta, repiten actitudes y comportamientos propios de una clase que se siente autosuficiente, poderosa e influyente. Identifica el poder con la complacencia y el servilismo. No se ha producido un relevo generacional y moral. Hay otra forma de hacer las cosas.
 
  Es necesaria la renovación de usos, costumbres, hábitos, inercias, en las que cae históricamente el ejercicio del poder. Falta mucha formación en los principios y exigencias que afectan a todos en lo relacionado con las tareas comunes. Fruto de esas carencias se encuentra uno con la falta de responsabilidad a la hora de tomar decisiones y de utilizar o asignar recursos públicos. Ante estas incapacidades y defectos nos encontramos con una democracia muy intervenida, monitorizada o nacionalizada. Vivimos bajo la fórmula Estado potente y sociedad impotente. Necesitamos un nuevo “movimiento del despertar” dedicado a reforzar los elementos más vulnerables de la democracia actual entre los que se encuentra, sin duda, la falta de conciencia y de responsabilidad. Muchos gobernantes y representantes se sienten inmunes e impunes a la vez ante el pueblo, ante el derecho.
 
  Luego está la otra perplejidad que sufren muchos ciudadanos. Casi todos los países desarrollados tienen como sistema político la democracia que equivale a bienestar. Cuando se produce una merma en la situación material de riqueza y de disponibilidad de recursos o de servicios, entonces se pierde la fe en ella, se desconfía de ella y no se entiende que la renuncia, el sacrificio y la solidaridad forman parte también de la vida en democracia. Y viene la pregunta ¿es la democracia un medio y motor para el desarrollo de una sociedad o es ya un producto y consecuencia de él? ¿Qué relación hay entre recursos económicos y democracia? ¿Los pobres no pueden ser o vivir en igualdad y libertad? Sin embargo, los sistemas democráticos siguen siendo meta y aspiración de los países que llamamos pobres o subdesarrollados. ¿Hay una relación causal entre crecimiento económico y estructuras democráticas? Más aún, cuando los países ricos elaboran sus programas de ayuda al desarrollo a países pobres, lo primero que exigen es la implantación de sistemas democráticos de participación y de modernización política. Son preguntas que sólo se pueden responder desde la experiencia y no desde la teoría.
 
   El crecimiento económico es un argumento ambiguo y sirve tanto para apoyar a totalitarismos como para los sistemas democráticos. Pero lo que más acusa nuestra joven democracia es la falta de recursos humanos y de convicciones morales. La acumulación de capital humano y de capital moral es lo que hace fuerte y atractiva a una política basada en las normas democráticas. Sin formación o educación no hay democracia. Hoy la tarea se concentra en que tanto la política como las instituciones económicas y financieras respeten y garanticen el derecho de propiedad de todos los ciudadanos, intensifiquen la lucha contra la pobreza y exclusión social, se propongan la desaparición de diferencias y desigualdades irritantes en una misma población. Así pues, hay que abrir un canal de comunicación entre democracia, desarrollo, capital humano, recurso de valores y liquidez de la confianza en ellos.