Una sola familia humana
16/01/2011 - 00:00
Para la Jornada Mundial del Emigrante y del Refugiado, que se celebra en este domingo, 16 de Enero, el Santo Padre Benedicto XVI nos propone como lema Una sola familia humana
Lema muy oportuno y actual. Nuestro mundo vive en la permanente contradicción de aspirar, por una parte, a la paz, a la unidad y a la concordia entre todos los pueblos, a la solidaridad universal, al diálogo entre las diferentes culturas, razas y religiones. Por otra parte, se debate en permanentes guerras y enfrentamientos, a veces entre hermanos, donde triunfan los más fuertes, mientras que los más débiles sufren discriminación, exclusión, infravaloración y hasta persecución. La voz del Papa, que hace suya nuestra Iglesia en España, y que grita: Una sola familia humana, constituye para todos nosotros, creyentes o no y, desde luego, para todas las personas de buena voluntad y para las instituciones y organizaciones humanas, un anuncio, una denuncia, una invitación, un compromiso y un programa.
El fenómeno de las migraciones, tan antiguo como la misma humanidad y, al mismo tiempo, tan actual por las escandalosas diferencias económicas, sociales y culturales, facilitado y, al mismo tiempo agravado por la globalización y tan conocido por la mayor facilidad de las comunicaciones, pone de relieve, por una parte, la dramática realidad de millones de exiliados, refugiados y perseguidos por razones religiosas, políticas y económicas y la de muchos emigrantes, separados de sus familias y sin que hayan sido aún acogidos y hasta son rechazados por la que debía ser una sola familia humana. Por otra parte, la emigración puede constituir una gran oportunidad en orden a formar una sola familia humana,
Los derechos de los emigrantes a vivir como miembros de la familia humana - decimos los Obispos de la Comisión de Migración de la Conferencia Episcopal Española, en nuestro Mensaje para este día - y la obligación correspondiente hacia ellos de acogida, ayuda, solidaridad y fraternidad tienen su fundamento en la condición de todos los seres humanos de hijos del mismo Padre Dios, de la que se deriva la común condición y vocación de hermanos. Tenemos un origen común, el mismo fin, el mismo hábitat, la tierra creada por Dios y puesta al servicio de todos los hombres y mujeres de todos los tiempos y lugares. Tenemos un camino común, aunque vivamos diferentes situaciones.
He aquí, por tanto, también, la gran oportunidad que nos ofrece el fenómeno de las migraciones, en la pluralidad y la convivencia de culturas, religiones, naciones y pueblos tan numerosos y diferentes, de ir configurando la nueva sociedad del futuro, una sola familia humana, que como dice el Papa, prefigura la ciudad de Dios sin barreras»
El camino para ello se cifra, en primer lugar, en el respeto al derecho de toda persona a emigrar y a no tener que emigrar, con los correspondientes derechos y obligaciones de los Estados a regular los flujos migratorios. Además son necesarias: La fraterna acogida, el compromiso mutuo de respeto y aceptación de lo bueno que cada uno aporta al bien común, por el intercambio de dones y servicios, la ayuda mutua, la solidaridad y el diálogo fecundo. Se hace necesario, en definitiva, rescatar la centralidad de la persona humana y de su dignidad, con sus correspondientes e inalienables derechos y deberes.
La Iglesia y los cristianos, que hemos recibido el mandato del Señor de hacer de todos los pueblos una sola familia, hemos de ser pioneros en la tarea de acoger a los diferentes, de ayudarles en su proceso de integración en la nueva sociedad, y, en su caso, en la comunidad creyente, respetando siempre la identidad y la voluntad de cada uno, dentro de la única familia. Asimismo, hemos de abrirles cauces de participación y de corresponsabilidad en la nueva sociedad y en la nueva comunidad creyente.