Ven y sígueme
El próximo día dos de febrero, festividad de la Presentación del Señor, la Iglesia celebra la Jornada Mundial de la Vida Consagrada. Esta celebración es una magnífica ocasión para dar gracias a Dios por el regalo de las comunidades religiosas, masculinas y femeninas, de vida activa o contemplativa. Cada uno de los consagrados es una riqueza impagable para los restantes miembros de la comunidad cristiana y para la misma sociedad. Los religiosos, al renovar cada día su respuesta primera a la llamada del Señor, mediante la celebración de la liturgia y la oración personal, viven siempre dispuestos al cumplimiento de su voluntad en el servicio generoso a lo hermanos.
Con el reconocimiento de la soberanía de Dios y con la práctica de los consejos evangélicos de pobreza, castidad y obediencia, son una interpelación constante para la Iglesia y para el mundo. Con su estilo de vida nos ayudan a todos a poner los ojos en Cristo, lo único necesario, y a no perder de vista la vida eterna, verdadera meta de la existencia humana. En estos momentos, en los que toda la Iglesia está convocada por el Papa Benedicto XVI a buscar nuevos caminos para el anuncio de la Buena Noticia con nuevo ardor misionero y con nuevos métodos pastorales, los religiosos y las personas consagradas son un testimonio viviente del Evangelio de Jesucristo.
Con el total abandono en los brazos del Padre, con su desprendimiento de los bienes materiales y con la vivencia alegre de la fraternidad están siempre disponibles para el anuncio del Evangelio y no tienen miedo a salir en misión hasta los confines de la tierra para mostrar con obras y palabras el amor infinito de Dios a sus semejantes. Sin hacer ruido y sin aparecer en los medios de comunicación, los consagrados oran cada día al Padre por nosotros y por las necesidades de nuestro mundo, colaboran con los padres de familia en la formación integral de las jóvenes generaciones, comparten los bienes materiales con los más pobres, curan las heridas de los enfermos, escuchan a los tristes y ofrecen alegría y consuelo a quienes los buscan.
De este modo, desposados con el Señor en virtud de la consagración religiosa, viven totalmente disponibles para los hermanos sin esperar nada a cambio y proclaman con el testimonio de las obras que solo Cristo es su riqueza. En este día, al tiempo que damos gracias a Dios por el regalo de los consagrados como porción importante de nuestra Iglesia diocesana, pedimos también por su fidelidad al Señor y por el aumento de las vocaciones a la vida consagrada. El Señor, que los llama cada día al seguimiento, los impulse y anime a la misión, mediante la acción del Espíritu Santo, para que sean signos vivientes del Evangelio y testigos valientes del mismo, soportando las dificultades del camino y mirando al futuro con esperanza.