Visita de Jesús a su madre
27/04/2014 - 23:00
En distintos momentos de su vida, Jesús había anunciado a los apóstoles su muerte violenta y su resurrección de entre los muertos. A pesar de ello, los discípulos continuaban pensando y actuando con criterios humanos. No habían entendido al Maestro o no estaban dispuestos a aceptar sus enseñanzas. Los encuentros del Resucitado con cada uno de ellos, además de infundirles alegría, paz y esperanza, cambian radicalmente su comprensión de la misión de Jesús y les ayudan a asumir con profundo gozo que quien los había llamado y acompañado durante los años de su vida pública, estaba verdaderamente vivo y seguía a su lado para siempre. Sin esta fe renovada, no sería posible la misión, el anuncio y el testimonio.
Pero, los Evangelios no dicen nada de los encuentros de Jesús con su Madre después de la resurrección. ¿Presuponen estos encuentros como algo lógico? Con toda seguridad, a pesar del silencio de los evangelistas, la visita de Jesús a su Madre tuvo que ser la primera de todas. Jesús amaba profundamente a su Madre, había contemplado su dolor junto a la cruz y, en la persona del apóstol Juan, le había confiado el acompañamiento de la Iglesia naciente. Para cumplir esta misión, necesitaba conocer que su Hijo había resucitado para quedarse con los suyos hasta el fin de los siglos. A pesar del silencio de los evangelistas, el pueblo cristiano ha mostrado de distintas formas la profunda convicción de las apariciones de Jesús a su querida Madre.
Entre otras expresiones religiosas, en nuestros días podemos constatar esta afirmación en los desfiles procesionales del domingo de Pascua, cuando los cofrades y el pueblo fiel aplauden, cantan y exteriorizan su alegría al contemplar el encuentro de la imagen del Resucitado con su Madre. Dios quiere que la gloria de Jesucristo resucitado y su salvación lleguen a todos los hombres, pero para ello desea contar con la cooperación de María. Al igual que contó con su libertad y disponibilidad en el momento de la anunciación para hacer posible la entrada del Hijo de Dios en el mundo, ahora quiere contar con su testimonio creyente para confirmar la fe de los discípulos y para mostrar la gloria del Redentor del mundo. Pero, además de contar con la colaboración insustituible de la Santísima Virgen, el Señor nos llama también a cada uno de nosotros para participar del gozo de su resurrección y para dar testimonio de su victoria sobre el poder del pecado y de la muerte.
El cumplimiento de este encargo del Señor nos obliga a vivir y actuar siempre como resucitados, como criaturas nuevas, desterrando de nosotros el pecado y avanzando en el camino de la santidad. En comunión con la Santísima Virgen, confesemos y celebremos con alegría desbordante la resurrección de Jesucristo, contemplando su gloria y abriendo nuestro corazón a su salvación. Que María, como modelo de la Iglesia y como intercesora nuestra ante su Hijo, nos ayude a renovar nuestra fe y haga posible que los frutos de la salvación y de la gracia alcancen a todos los hombres y a todos los pueblos de la tierra.