¡Viva la libertad, carajo!


Nuestros amigos argentinos han tenido un fin de semana convulso.

El sentir de la población, (sabiendo que como no tengo pasaporte albiceleste todo lo que diga en estas líneas es mera opinión de sobremesa), era elegir entre “un ladrón” o “un loco”. La disyuntiva entre Massa y Milei, para un país muy golpeado en la segunda mitad del siglo XX por una gestión deficiente de la cosa pública, no era elegir entre izquierdas y derechas, sino entre algo continuista y algo rupturista. Existe una maldita manía de poner etiquetas a todo y de seguir separando el mundo en bandos, pero el trono de la Casa Rosada, viendo la historia de Argentina, es digna de sainete y pantomima. Cabe recordar que, a finales del siglo XX, Buenos Aires era la capital del país más rico del mundo y que, tras la segunda guerra mundial, era séptima potencia global. Hoy en día, el 40 por ciento del país vive en la pobreza real, la inflación alcanza un 142,7 por ciento anual y tras el famoso “corralito” (restricción de retirada de efectivo a 250 dólares semanales impuesto por Fernando de la Rúa en 2001), existe una situación de decepción y abatimiento nacional. El no cuerdo Javier Milei, economista, docente y altanero bonaerense, ha sido el más votado de la historia con 14,4 millones de votos y 12 puntos de distancia con su rival, el postrero ministro de Economía de Alberto Fernández, que ha pedido vacaciones hasta finalizar el mandato. Entremés y farsa dramáticas para el escenario político.

Milei ha lanzado llamaradas de vehemencia entre patilla y patilla a lo largo de estos meses y sus insultos están rebosando la hemeroteca (“zurdo de mierda”, “pelotudo”, “chorro y burro” “enano diabólico” y toda una sarta de lindeces que no se ven desde que Higuain estuvo en la selección nacional de fútbol), pero a la vez, entre tanta agitación, existen algunas ideas pseudo-brillantes que cambian el paradigma de la política argentina de las últimas décadas. La dolarización, no deja de ser cambiar el patrón de referencia de la economía del peso argentino al dólar americano. Esta decisión ha ocurrido en otros países como Panamá (que renunció al Balboa en 1904), Ecuador (Jamil Mahuad lo adoptó para su país en el 2000) o más recientemente en El Salvador (al año siguiente que vecino del norte), pero nunca en un país tan grande y tan poblado como Argentina. Los 46 millones de almas en torno al Río de la Plata van a ver como se “anclan” oficialmente sus esfuerzos al billete verde. En realidad, no es una medida descabellada, sino de necesidad pública y de matemática básica. En el Banco Central de la Reserva Argentina (spoiler: no lo van a cerrar por mucho que el nuevo presidente diga que lo chapa, ningún país previamente citado lo ha hecho) hay una reserva de un dolar americano por cada 400 pesos en circulación, cifra no muy lejana al tipo de cambio oficial a día de hoy (357,02 unidades herederas del Austral por cada pavo) y que, en cierta medida, obligará a establecer una horquilla de cambio entre ambas cantidades que no mueva los precios como hasta ahora. En realidad, este programa económico, lo único que busca es estabilidad y todo dependerá de la evolución de los cultivos en Argentina (cabe recordar que ahora mismo es verano allí y las cosechadoras empezarán a funcionar en breve), ya que 2 de cada 3 dólares que entran en el país se intercambian por maiz, trigo y mijo. Si hay una buena cosecha, el país recibirá un exceso de dólares que, una vez normalizada la política monetaria, podrá reinvertirse en el sector industrial (manufacturas) y servicios (turismo y consumo interno del país). Esta receta es la que nos enseñan en el primer mes en las escuelas de economía pública, pero no deja de tener sentido. Milei está tratando a su propia nación como un país subdesarrollado y el orgullo, hasta ahora, no dejaba ver la verdad: la decadencia de las Provincias Unidas de la Confederación Argentina. Desde el pasado domingo, donde los afines a “La Libertad Avanza” se agolparon entre Corrientes y Nueve de Julio, al menos hay otra receta. 

Europa no debe estar muy alejado de los tiempos que corren y en el calendario inminente están las elecciones europeas de 2024, donde la extrema derecha amenaza con rearmarse para tener hegemonía en el Viejo Continente. La izquierda desde los gobiernos o desde la cueva, han levantado muros de defensa. No hay concepción más triste que ver cómo las puntas de lanza golpean la relación fraterna entre vecinos. En fin, en unos días, el Black Friday y luces de Navidad. Tendremos opción de mirar hacia otro lado sin remordimientos.