80 años sin D.Miguel de Unamuno

06/01/2017 - 12:28 Manuel A. Puga

Tanto amó a España que se hizo célebre la expresión 'Me duele España'.

El pasado 31 de diciembre, último día del año, se cumplieron 80 años de la muerte de don Miguel de Unamuno, uno de los genios más grandes nacidos en España y uno de los que más la amó. Tanto la amaba que hizo célebre la expresión: “Me duele España”. Sí, Unamuno amaba a España hasta el punto de estar plenamente convencido de que era un instrumento para lograr su renovación espiritual. Así se lo dice en una carta a Pedro de Múgica, ilustre filólogo y buen amigo suyo: “Se va formando en mí una profundísima persuasión de que soy un instrumento en manos de Dios y un instrumento para contribuir a la renovación espiritual de España”.
    Aquel vasco recio, indómito, transgresor, a veces, pero noble siempre, se confiesa enviado de Dios para contribuir a la renovación espiritual de España… Lástima que Unamuno ya no esté entre nosotros, porque en estos difíciles momentos que atravesamos, cuando nuestras más viejas tradiciones corren riesgo de desaparecer, nos haría falta un intelectual que contribuyera a la renovación espiritual de España. Por supuesto, se trataría de una renovación que proporcionase nuevas fuerzas a todas aquellas cosas que se están debilitando y olvidando, como son algunas de nuestras más entrañables tradiciones.
    Decía al principio que Unamuno amaba a España. Cierto, pero la amaba porque la conocía. Es verdad eso de que no se puede amar lo que no se conoce. Don Miguel conocía muy bien las tierras de España, porque las había recorrido palmo a palmo. Para amar algo hay que conocerlo. Quienes no aman a España, quienes buscan romperla, como es el caso de los separatistas e independentistas, están demostrando que no la conocen, que no han recorrido sus variadas tierras y que no han surcado sus bellos mares.
    Don Miguel de Unamuno conocía bien a España como lo demuestra en su famoso libro “Andanzas y visiones españolas”, obra compuesta por una larga serie de relatos de viajes y excursiones realizadas por el autor a diversas ciudades, pueblos y lugares de España. Comienzan los relatos en tierras de Zamora para continuar en la sierra de Gredos, Peña de Francia y, entre otros lugares, proseguir en el Escorial, Santiago de Compostela, las Rías Bajas, León, Salamanca, Coimbra, Mallorca, Yuste, etc. En esta obra Unamuno se nos muestra como un gran amante de la montaña y como defensor de la benéfica acción que ésta ejerce sobre el espíritu. La montaña le transporta a una visión íntima y sincera de su alma. Así lo expresa: “Allí, a solas con la montaña, volvía mi vista espiritual de las cumbres de aquella a las cumbres de mi alma, y de las llanuras que a nuestros pies se tendían a las llanuras de mi espíritu. Y era forzosamente un examen de conciencia”. Don Miguel encuentra en la naturaleza esa paz que las muchedumbres no le proporcionaban. El mayor espectáculo para él era contemplar a solas un paisaje natural, ya fuese una montaña, un río o un páramo.
Pero esa atracción que sentía por la naturaleza no era óbice para que también se sintiera atraído por la ciudad. Claro está que se trata de la pequeña ciudad, de la pequeña capital de provincia. Lo que don Miguel no soportaba era la gran ciudad, la ciudad multitudinaria. Él no era hombre de gran ciudad, porque sabía que en ella se facilita la libre circulación de toda clase de vicios. Sin duda alguna, tenía muy presente el pensamiento de Séneca, razón por la que escribe: “Podría decir, con Séneca, que cuantas veces me entremetí con los hombres volví de ellos a mí mismo más inhumano”.
    Unamuno siempre conservó un grato recuerdo de su viaje a las Rías Bajas. Le impresionó el paisaje que contemplaba. La exquisita belleza de estas Rías queda maravillosamente expresada en estas palabras: “Los innumerables pueblecitos de sus márgenes se reflejan en el agua, y en días claros es como si las colinas y montañas revestidas de verdura estuviesen suspendidas en el cielo mismo, que en el seno del agua se reproduce. Duerme el mar, y acaso sueña, en brazos de la tierra”. También quedó prendado de la isla de Mallorca, cuyas bellezas describe, sobre todo, cuando habla de Alcudia: “Alcudia, la ciudad de abolengo romano, duerme o más bien sueña entre las dos bahías… El mar mismo es allí silencioso. Y sus aguas parecen metálicas. A la distancia finge el mar ese latino una barrera de zafiro, un cercado del cielo”.
    Unamuno amó profundamente a España, y la amó tanto porque la conocía, porque se había acercado a sus tierras y a sus mares. Él nos dio la gran lección de que para amar a España hay que acercarse a ella, hay que conocerla y extasiarse ante las múltiples bellezas que nos regala.