A las barricadas

09/12/2018 - 13:32 Jesús Fernández

 A los pocos minutos de haberse producido y proclamados  los resultados en Andalucia, un dirigente de la izquierda perdedora, ha subido al estrado con cara destemplada y con rabia contenida pero retratada.

Contados los votos, los partidos políticos han alcanzado sus últimos objetivos.  La jornada electoral ha terminado. A los pocos minutos de haberse producido y proclamados  los resultados, un dirigente de la izquierda perdedora, ha subido al estrado con cara destemplada y con rabia contenida pero retratada. Levanta los ojos, extiende la mirada, se aferra al micrófono con las dos manos y lanza su  rostro contra los asistentes. Sus ojos parecían balas cargadas de odio y de disgusto. La multitud de cámaras y micrófonos, hecho el silencio, esperaba. Comienzan sus palabras. Aquello era fuego y resistencia  a la desesperada. Era un llamamiento que rima con movimiento. A la calle, a las plazas, a las barricadas de papel y de cartón, a la revolución. Lo que no han dado las urnas que lo den las hordas. Era un gesto de cara contrariada

Quieren convertir el país, el territorio, en un desierto no poblado de verdes palmeras regadas  sino de burdas cabañas y campamento del descontento. La foto, la estampa, la nostalgia de las chabolas plantadas en la plaza, en el corazón de la ciudad, perduraba en la mente de todos. Mientras tanto, ellos se compran hermosos “chalets” en la sierra, fruto de los impuestos como lágrimas de la población. Igual que las “dachas” de sus amigos marxistas soviéticos para veranear al mar y en la montaña. Para eso servía Ucrania. Yo recuerdo la gran vida y comilonas  que cerca de  Berlín, en los Palacios de Potdsdam, llevaban los antiguos dirigentes  de la comunista República Alemana. No tenían conflicto, no tenían escrúpulos, no tenían conciencia de nada. Lo sustituían por la conciencia de clase. Ellos eran los dirigentes, los elegidos por el pueblo obrero de la nada.

¡Qué gran paradoja! Mientras unos ciudadanos, hambrientos y extenuados, refugiados en el mar y náufragos, luchan por sobrevivir en una barcaza, el Presidente del Gobierno vuela raudo en su Avión a una reunión en el extranjero para dialogar y banquetear. Mientras tanto, sus servidores se ocupan del asunto. Para eso les pagan. Tiene muchos servidores cuando tenía que ser él, el servidor de todos. El no actúa si no es con la propaganda garantizada.

En su discurso, la izquierda perdedora frente a la derecha despejada, culpa su derrota a la abstención, a que los votantes se quedaron en casa. A lo mejor fueron a Misa porque les vota gente creyente. Un poco engañada pues también creen en sus  dirigentes. Hace unos días, el grito era todos a las urnas. Cuando éstas no son favorables, el grito es todos a las barricadas. Son los dueños  de calles y plazas. Ellos están en sus cómodos sillones del Parlamento saboreando su buena paga. Mientras tanto en la calle el pueblo clama y ellos cierran las ventanas para no ser molestados. El poder también pesa pero, bien remunerado, agrada.