Agradecimiento a José María de Escrivá
Como cada año, en torno al 26 de junio, te mando mi felicitación, de agradecimiento por el legado que nos has dejado.
Como cada año te mando mi felicitación, de agradecimiento por el legado que nos has dejado, no solo a tus hijos, sino al mundo. Cuanto insistías en que podemos hacernos santos, cada uno procurando santificar el trabajo, santificarnos en el trabajo y ayudar a santificarse a los demás en medio de su quehacer diario. Todos los trabajos honrados son un encuentro con Cristo, solías decir.
El 26 de junio de mil novecientos setenta y cinco te marchaste al cielo despues de una reunión, tertulia, porque la Obra que tu fundaste por querer Divino es una familia, en la que cada uno se siente en su casa; tuve la dicha de escucharte, éramos chicas de los cinco continentes, pues en el Opus Dei no hay acepción de personas, ni razas, ni colores, ni de trabajos, caben todos los que Dios llame por ese camino; campesinos, amas de casa... solías decir “todos los trabajos tienen la misma categoría la categoría depende del amor de Dios que se ponga en ella”.
Recuerdo de esa tertulia de como nos inculcabas el amor al Papa, sea quien sea, a la Iglesia y a los sacerdotes y nos pedías que rezáramos por ella; también el detalle con una de Japón que quiso contarte su conversión, pues antes era pagana, la miraste con ternura y le preguntaste si ya se acostumbraba a las comidas de Italia tan distintas a las de su país, diciéndole que fuera sencilla para decir lo que no le gustaba, porque nunca lo había comido y que poco a poco se iría acostumbrando; hasta te interesaste por el calzado, ya que en su tierra para entrar en casa usan como una especie de chanclas; a otra le preguntaste por sus padres. Tu corazón vibraba con todas las personas; la tertulia transcurría normal, cuando en un momento no te sentiste bien, desalojamos la sala de estar para que te repusieras y poco después emprendiste el viaje de regreso a Roma, no sin antes pedir perdón por las molestias, así dijiste, que nos habías ocasionado. Tuve la suerte de acompañarte junto con otro a la puerta de salida, volviste a pedir perdón y mirándonos con cariño añadiste: “hijas mías, adios”, fue una mirada especial, era jueves y volviste a decir, os haré llamar para que estéis tranquilas; pero Dios tenía otros planes para tí, que lejos estábamos nosotras de pensar que en el cielo ya estaban las puertas de par en par para recibirte como siervo bueno y fiel.
Al recibir la noticia lloré y me acordé de haberte oído decir “No os avergüence llorar, no os avergoncéis de querer, solo las bestias no lloran, tenemos que querernos con todo nuestro corazón poniendo entre nosotros el Corazón de Cristo y el Corazón dulcísimo de María y así no hay miedo. A quererse bien, a tratarse con afecto. Que ninguno se encuentre solo”.
Aunque no veo tu rostro te siento cerca, noto tu ayuda. Gracias S. Josemaría, eras hombre que sabía querer, en tu corazón cabían todas las personas, perdonabas, comprendías,sufrías con los que sufrían, amabas con obras. Eras alegre y optimista porque amabas la voluntad de Dios.