Anestesia sexual
A raíz de la denominada Manada, y como no podría ser de otro modo, sé positivamente que la lucha que hemos comenzado las mujeres terminará en una reforma de ese código penal.
Para empezar diré que mientras escribía este artículo de opinión sobre delitos de naturaleza sexual he consultado, y asesorado sobre la regulación jurídica más reciente que contiene el código penal sobre los elementos violentos e intimidatorios de las conductas punibles que atentan contra la libertad e indemnidad sexuales de las personas, al fin de encontrar así posibles responsables en el ámbito judicial que benefician la creación de juicios paralelos, mediáticos y tardíos con criminales ya penados –por agresión, abuso o acoso sexual, ya que son innumerables y rocambolescos los veredictos– atendiendo la magnitud de los fallos absolutorios y condenatorios a los que el reverberado Poder Judicial nos tiene ya acostumbrados, alejándose de proporcionar a la sociedad un cierto bienestar social con la acción de una justicia que parece no funcionar y que mejora libertades peligrosas de los causantes de alarma, incomprensiblemente reduce sus penas y mejora la calidad de sus vidas sin mecanismos eficaces de reinserción o resocialización.
A raíz de la denominada Manada, y como no podría ser de otro modo, sé positivamente que la lucha que hemos comenzado las mujeres terminará en una reforma de ese código penal inspirado en la caja de Pandora, y quién sabe hoy si con ella se derruirá mañana la puerta de la lacra de las agresiones sexuales impunes –en las que no hay violencia o intimidación, según los jueces, si la víctima está anestesiada, en shock, sin respuesta– y se conseguirá que cuyos culpables u hostigadores paguen la condena correspondiente, acompañada de una medida de admisión de los hechos y de disculpas claras y contundentes a la víctima y al resto de las mujeres.
Sumado a estos hechos se ha conocido a lo largo de esta semana la salida de prisión de Gregorio Cano, el violador de la Verneda, hombre que admite no tener control natural de sus propios impulsos y a quien tan irrespetuosamente se le ha otorgado el beneficio de la duda con su libertad a sabiendas de que no está reinsertado ni en condiciones de poder intentarlo si quiera.
Semejante sentencia requiere que la persona que ha determinado su libertad sea capaz de ofrecer alternativas más lógicas y congruentes para toda la sociedad.
No creo que nadie, desde ningún escenario, permanezca tranquilo al escuchar semejante barbaridad. Y deduzco que al Juez de vigilancia penitenciaria que ha dictaminado su salida tuvo que temblarle el pulso a la hora de otorgarle tan peligrosa libertad sabiendo el consabido riesgo que sobreviene para cualquier mujer.
Respecto a todas las mujeres, tanto victimas reales como posibles, es notorio el sentimiento de indignación mediática sin precedente en nuestra historia reciente, que nace como respuesta a la nueva humillación añadida al modelo social implantado que todavía no nos permite ir tranquilas por la calle.
Respecto del violador, sabiendo que se trata de una persona que no controla sus impulsos, se ha podido comprobar una emoción aparente de miedo de sí mismo en las primeras imágenes que se emitían sobre su salida, exponiendo la no tan nueva situación a la que sé que se enfrentará sin duda.
Por lo general, este tipo de delincuentes potenciales adoptan un comportamiento amable y sumiso en el ámbito penitenciario, dado que son conocedores de que están vigilados y controlados, pero cuando abandonan la prisión tornan a ser personas vulnerables y agresivas tras el abandono del nido que representa la cárcel.
No hace falta ser psiquiatra ni un gran psicólogo, ni siquiera criminólogo, para entender el gran vacío moral que sufrimos todas las partes a causa del desamparo real de la justicia, incapaz de ofrecer resultados positivos para nadie.
Parece razonable pensar, por lo tanto, que este hombre debería estar en un centro especializado, con vigilancia constante y tratamiento adecuado.