Ante el nuevo año

01/01/2017 - 16:23 Luis Monje Ciruelo

El año que empieza es el que debe preocuparnos y no el milenio que estamos viviendo desde el año 2000.

Para quien ha estado últimamente dedicado a reflexionar sobre el tránsito de un  milenio a otro, y prueba de ello es su último libro, Prosas entre dos Milenios,  escribir sobre el paso de un año a otro se le antoja tarea menor. Y lo es, aunque sólo sea como número ordinal.Sin embargo, el año que viene,  es el que debe preocuparnos, y no el milenio que estamos viviendo desde el año 2000, pues bien sabemos que ninguno de nosotros llegará a su final. Es algo que  tampoco nos importa mucho, porque, a la vista de lo que la vida ha cambiado en el último medio siglo, nos sentimos incapaces, ni siquiera de intentar imaginarnos, cómo será la sociedad humana después de cuarenta generaciones más, o sea  mil años aproximadamente... ¿Cómo encajaríamos nosotros en aquella sociedad, si, taumatúrgicamente, nos fuera posible llegar a ella? ¿Tenemos idea hoy de cómo imaginarían la vida en el año 2000 El Cid Campeador, Alvar Fáñez,  Alfonso VI o el Emperador Constantino, Aristóteles, San Pablo, Alejandro Magno, Arquímedes, gengis Kan, Aníbal, etc  que vivieron antes, o  en los  primeros  siglos del pasado milenio? ¡Bien dice la Biblia que la vida del hombre sobre la tierra es como un parpadeo de la Eternidad! Actuamos a veces como si fuéramos inmortales cuando, para los cristianos, sólo el alma lo es.  Hablamos de toda la vida, como si la vida fuera heterónimo de Universo o Eternidad. Vivimos a veces como el gusano que roe el interior de una manzana y cree que eso es todo el mundo, ignorando que hay otro mejor fuera de la manzana ni sospechar que está llamado a disfrutar algún día de  un mundo glorioso como el gusano cuando se transforma en mariposa al llegar la Primavera.
                   Lo que hace falta es no vivir la vida tan “apriesa” que no se pueda disfrutar, como decía Gracián, ni tan lenta y perezosa que nos impida procurarle al prójimo lo que esté a nuestro alcance, no dándole lo que nos sobra, sino parte de lo que poseemos; porque es necesario que todos vivan, aunque, como decía el clásico, maldita la falta que les hace a los más  la existencia de algunos. Eurípides, que vivió cuatrocientos años antes de Jesucristo, escribió premonitoriamente que no sabemos si lo que llamamos vida es muerte o si, por el contrario, lo que llamamos muerte no es el comienzo de la verdadera vida, idea que habían apuntado ya otros filósofos griegos.