Camileando

14/05/2017 - 12:56 Javier Abades

Estaba nublado, amenazaba lluvia, los compañeros viajeros se miraban unos a otros con una peculiar sonrisa, aun restregando las legañas, reflejando cierta emoción e inquietud en las caras, mientras se cruzan por los pasillos y se acicalan más apresurados por emprender el viaje que tantos días llevamos esperando.

  

Cuando llegan nuestros compañeros de Bolarque, y con todos nuestros preparativos  listos, nos arrancamos destino  Torija,  allí nos espera un bonito castillo medieval, hacemos una visita guiada a nivel histórico-cultural. Me llamó muchísimo la atención un gran caballo tordo, español, que atado a las rejas de una ventana estaba, al cual estaban curando dos lugareños una pata ensangrentada, al parecer bastante dañada. Hay un momento, que con el bullicio de los viajeros, que de alguna manera violan la paz y la calma que  caracteriza esta plaza. ¡El gran caballo pega un envite! , rompiendo “ la cabezá”, y asustado se arranca al galope calle abajo, con el pescuezo erguido, las orejas “pa lante”, el rabo tieso, y los ojos tan espatarrados que se salían del casco, asustando a una vecina, ya anciana, que de un brinco se metió en el umbral de una antigua casa, temiendo ser aballada por el équido.

Llegamos a Cifuentes, vemos un poco el pueblo, que como su propio nombre indica data de cien fuentes, pero yo solo veo una, aunque para mí, pelocho y extremeño de pura cepa, acostumbrado a las turbias aguas del Guadiana, el ver una balsa de aguas cristalinas, que con el somero fondo percibes un turquesa casi mágico, pensaba que está sola era como si de cien fuentes se tratase, fría…el río Cifuentes.

 

Una solitaria trucha asalmonada, de un par de kilos, deambula pegada al puente de piedra y a la sombra del mismo, majestuosa, con un elegante coleteo, al acecho de algún desdichado mosquito que se descuide y caiga a su alcance. Soy cazador de nacimiento, y también pescador, pero nunca tuve el gran privilegio de contemplar unas aguas tan finas, puras y frescas.

Aquí nos espera un matrimonio, de no muy avanzada edad, con su hija, son de Gárgoles de abajo, y fueron nuestros guías en esta jornada del viaje. Partimos a Gárgoles, caminando atravesamos bonitas campiñas de con campos sembrados de cebada, trigo y avena, percatándome que hogaño no habrá buena cosecha, pues el trigo, con apenas una cuarta de caña, a espigado,  la cebada y avena desenvainada, se adelantó la primavera, y para las fechas que estamos ya aprieta mucho la calor.

Abundan los nogales, me impacta, pues por mi tierra son escasos y solo se dan en alguna parcela descarriada de la ombría. Estos de aquí son grandes y voluminosos, parece que a la mayoría de los que lindan al camino les hayan puesto un “asentadero” de piedra, “cabalito” e invitando al viajero a hacer un alto a descansar y beneficiarse de su espesa y tan agradecida sombra.

            A lo lejos, en el horizonte de la basta llanura, se levantan imperiosas dos montañas casi gemelas, emparejadas, que como si de un afilado cuchillo se tratara, hubiera cortado con precisión los picos de ambas cimas, dejándolas prácticamente niveladas, eso las caracteriza haciéndolas únicas, “Las Tetas de Viana”.

            No menos monumentales, pero menos atractivas a mi parecer, más a la derecha, se alzan dos enormes chimeneas que a destajo escupen humo, como si gigantes dragones fueran, la central nuclear de Trillo.

  

            El terreno es entre árido, gredoso y piedra caliza, predominan los colores claros, de diferentes tonalidades amarronadas, a diferencia de la estéril y oscura pizarra extremeña. Tierra fuerte, que dan pastos fuertes, para un ganado que de vez en cuando echo en falta algún cencerro sonando.

            Abundan los brezos y acebuches, que es el nombre que los extremeños damos a los olivos perdidos y asilvestrados, chaparros y encinas también se dejan ver.

            En lo alto de una loma damos vista a Gárgoles, donde en la bajera del pueblo, encima de un antiguo y pequeño puentecillo que atraviesa un bonito arroyo, nos recibe la señora alcaldesa, junto al concejal, entregándoles una amapola recogida por todos y cada uno de los viajeros en el camino. Muy hospitalarios ellos, nos  acompañaron a degustar unas suculentas migas con huevo y chorizo que nos han preparado cariñosamente.

   

            Yo viajero nº57, tengo la suerte de compartir mesa con Virgilio, un señor de muy rodados noventa y un años, que a golpe de cuchara me relata cuando trabajaba en la fábrica de papel y cartón que había en el pueblo, y anteponiéndose las nuevas tecnologías, no le quedó otra que cerrar sus puertas, hace ya varias décadas.

 

Ya con la barriga llena de unas migas nunca antes vistas por mis ojos, “migas con pimentón de la Vera” que les aporta un peculiar tono rojizo, yo acostumbrado al simple color tostado. Nos dirigimos a visitar unas cuevas que Gabriel, nuestro anfitrión, nos muestra con mucho agrado. Las escavaron los árabes hace más de 1000 años, en la piedra caliza, donde en la actualidad se les da el uso de conservar y envejecer el vino casero de cosecha propia, sin comercialización, “tempranillo” vino clarete de uvas tintas, raro, pero cierto. Son muy curiosas, me atrevo a decir que habría una treintena de ellas, y no sé si no se comunicaran unas con otras por dentro.

Nos dijo Gabriel que en la Guerra Civil, al estar tan cerca el frente, se utilizaron como polvorines, dentro de ellas había una temperatura anual y constante, de entre 12 y 15 grados.

            Nos despedimos de él, su mujer y su hija y nos dirigimos al Colvillo, ya se percibe en las caras cierto grado de cansancio, queremos llegar cuanto antes  para asearnos, comer y descansar. Después de estar bien lleno de una suculenta pasta en la cena, me dirigí  a echar un cigarro a la vera del río, sentado en una peña, dejando que  el que particular olor que desprende la resina de los pinos, “cascándoles” todo el día el sol, junto a la humedad del rio y  fresca hierba, se colara por mis narices, condicionando a realizar largas y profundas inspiraciones, inundando e impregnando toda mi capacidad pulmonar, de tan maravilloso y puro y limpio aroma. Rompe el silencio de la noche el canto de un ruiseñor, con el único propósito de entretener a su hembra en el nido para así asegurar su descendencia.

¡BUEN CAMILO!

 A MI PADRE

6 de mayo de 2017

JAVIER ABADES

 

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