Carta a Santiago Cabellos
08/01/2015 - 23:00
Mi querido don Santiago, no sería agradecida sino le dedicase unas líneas a usted que con tanto cariño leía y conservaba mis libros. Usted ha sido mi mejor admirador y amigo. Su categoría como sacerdote y persona ha quedado patente, por la Iglesia, ochenta sacerdotes con el señor obispo a la cabeza y casi quinientos fieles en San Ginés, magnífica como una catedral. En su capilla con el Santísimo en la Custodia se respira amor, porque como el poeta yo le canto: Aquí el silencio a meditar la vida, aquí la soledad al alma advierte que es en sí triste la vida, que la verdad empieza con la muerte. Algún día tendré la suerte de compartir con usted su nueva morada, hasta entonces llevaré en mi corazón el recuerdo del 27 de diciembre, cuando en el primer banco los dos solos oímos la misa de las ocho de la tarde. Terminó la misa, tomó mis manos y como siempre, mirándome a los ojos pronunció las palabras sinceras y bonitas que durante muchos años me había dedicado. Escribo este artículo con las lágrimas en los ojos y una profunda emoción. Y con la fe y esperanza que todos los cristianos tenemos en conseguir la eternidad. Don Santiago, como allí se enteran de todo, se que mi misiva le va a encantar.
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