Cenas en paz
A la cabeza figura la situación en Cataluña, sobre todo si hay catalanes y extremistas varios compartiendo mesa y mantel.
Las cenas de Nochebuena y Nochevieja con cuñados, suegras, nueras, yernos, tíos y otros familiares “políticos” o contraparientes como dicen en mi pueblo, tienen su peligro. Sobre todo a los postres en días regados y vueltos a regar como nadan en el río los peces del villancico. Junto a la abundancia alcohólica y que todos somos los más listos, a veces nos da por imitar a los ‘tertuliasnos’ radiotelevisivos de pago con agrias discusiones.
Son encuentros rodeados de las personas que más queremos, que han de disfrutarse en paz y armonía, momentos de brindis, reencuentros, besos y abrazos, de añoranza a quienes ya no están… Y que facilitan la conversación o, como se decía antes, el contraste de pareceres. Para evitar tensiones, los psicólogos aconsejan no sacar temas polémicos de actualidad sobre los que hay discrepancias.
A la cabeza figura la situación en Cataluña, sobre todo si hay catalanes y extremistas varios compartiendo mesa y mantel. Le siguen el auge del feminismo, los abusos sexuales en la Iglesia, las pensiones, la irrupción de Vox, la rivalidad Real Madrid-FCBarcelona-Atleti, y las herencias, demoledor por la carga más emocional que económica en una comarca con la miseria tradicionalmente bien repartida. También peligra hablar de caza o toros, un debate que preocupa sobremanera a Page por figurar en la bandera de Vox. O del diésel y otros contenciosos más locales como trasvases, parques eólicos, macrogranjas o cacicadas con el presupuesto municipal.
Los expertos recomiendan expresarse con educación e intentar un cambiazo a asuntos de mayor consenso como los niños o la comida y su materia prima. Y si la situación se caldea, propiciar el cambio, levantarse, ir al aseo o a fumar aunque no se fume y que corra el aire. Al regreso, si es posible, sentarse en otro lugar y hablar con otras personas.
Lo peor, dicen, es cuando se discute con alguien que no es de la sangre, “que no es agua”, como apostillaban las abuelas. Cuentan que en algunos pueblos del Señorío a los ‘apegaos’ se les llamaba también los “garrafuera”. En las festividades comían en mesa aparte. Así se aflojaban las posibilidades de conflicto y ellos se lo pasaban bomba sin controles de amos de la casa ni tener que morderse la lengua. Igual se pone de moda.