Con motivo de Cervantes


¿Cuánto dinero se gasta España en el mantenimiento de todos los Centros Cervantes que se van abriendo en el mundo?

¿Cuánto dinero se gasta España en el mantenimiento de todos los Centros Cervantes que se van abriendo en el mundo con el fin de preservar nuestra lengua de los ataques extranjeros? Suponemos que mucho. Sin embargo son cada día más los que se emplean, especialmente por los medios de comunicación, sirvan como ejemplo los siguientes vocablos que últimamente leemos  con más frecuencia de la acostumbrada, especialmente aludiendo al mundo de las votaciones políticas y al de la limpieza de capitales en paraísos fiscales: sorpasso, tracking (por escaños), self bank, offshore, split, y en el mundo de los ordenadores, multitud de palabras más como hacker y hackear (explorar al límite), además de un montón de ellas admitidas por los doctos componentes de la Real Academia de la Lengua, esa que “limpia, fija y la esplendor”,  ya castellanizadas.
Es evidentemente que nos encontramos ante una invasión lenta, pero eficaz, de los países anglosajones. 
    Otro aspecto, que también me ha llamado poderosamente la atención, es que la celebración de este año del Centenario de la Muerte de Miguel de Cervantes, haya estado ciertamente oscurecido, desde mi punto de vista, al llevarse a cabo junto al de Schakespeare. Cuando los británicos deberían homenajear a su dramaturgo, por su parte, y nosotros, los españoles a su escritor, por la suya. Es decir, independientemente el uno del otro, para que de esa manera no se hicieran sombra, como creo que ha sucedido.
    Uno piensa que el mejor homenaje que podría hacerse a Cervantes hubiese sido mantener la lengua viva, vibrante, alejada de las influencias bárbaras, de galicismos y anglicismos. Bastante tenemos con mantener limpia nuestra lengua, maravillosa, amplia, generosa, como para atender a palabras extrañas. Véase el diccionario de la Real Academia, que debería tener más cuidado a la hora de incluir vocablos de este tipo en sucesivas ediciones y quizá filtrarlos algo más. 
    Y, por supuesto, leer la obra cervantina de una forma sensata y consciente, que no atosigue a los alumnos para que después no la odien. En los colegios gracias a profesores que sepan “enseñar jugando”, eligiendo el capítulo más adecuado, divertido y atractivo para una mente infantil y dejar que su imaginación vuele libremente, manteniendo diálogos abiertos con otros niños, contando anécdotas, leyendo otras partes del libro más densas, escribiendo nuevos capítulos…
    Para el público en general sería bueno abaratar las ediciones de las obras de don Miguel, ya que no es necesario que sean lujosas, ofreciéndolas con la compra de la prensa escrita (aunque, la verdad es que tampoco se lee mucho que digamos), mediante lecturas públicas, de libre participación ciudadana, en plazas, parques y jardines, o sea, al aire libre, fuera de las bibliotecas ad hoc, donde a cada participante se le regale una obra conmemorativa del día como agradecimiento,  etcétera.
    Sería cuestión de ponerse a pensarlo detenidamente… Entonces ¿para qué sirven tantos homenajes en honor a Cervantes y a su lengua, si después nos tenemos que comunicar mediante barbarismos extraños que nada tienen que ver con nuestro hablar cotidiano, ese “roman paladino” con el que nos entendemos unos y otros?