De dices tú de la mili

09/08/2015 - 23:00 Pedro Toledo

Recuerdo aquel día, como si fuera hoy mismo. Acababa de dejar atrás el Alcázar de Toledo y me dirigía andando a la estación para coger el tren para Atocha. Llevaba colgado el petate recién estrenado, con toda la ropa dentro. Bueno toda no, siguiendo instrucciones del cura de mi pueblo, una vez recibí la ropa, me dirigí a un baño para ponerme calzoncillos por primera vez en mi vida. Junto con la ropa, debidamente envueltos, llevaba además de algo de embutido y un queso, la joya del año de la huerta: El melocotón de casi 700 gramos. Era tan perfecto y redondo que parecía un balón de fútbol naranja. Me relamía solo de pensar en comérmelo. Sin embargo, esperé con impaciencia a estar sentado y a que el tren hubiera arrancado. Eran compartimentos para cuatro personas; en mi lado íbamos mi petate y yo. Enfrente una morena que me cautivó al instante, junto a una enlutada y bigotuda señora. Traté de no mirar a la morena; al fin y al cabo estaba notando cierto abultamiento que provenía de partes, que hasta ese mismo día habían estado “libres de toda marca”. Con la incomodidad propia del caso y ante la imposibilidad de “acomodarme” sin llamar la atención, intenté hacerlo trasteando en el petate en busca del melocotón. Cuando lo tuve en la mano, “aquello” no había bajado. Así que intentando rebajar la tensión, que a duras penas sujetaban los abanderado verdes, comencé a pelar la fruta (me refiero al melocotón). Había echado muchas competiciones con mi hermano, a ver si éramos capaces de pelar de un tirón, dejando la mondadura en una sola tira. Así con parsimonia, pero con gran presteza, iba dando vueltas a aquella gran bola naranja, con el afán de no despreciar ni un gramo de carne. No veía el momento de terminar y comerme hasta la última parte de esa gran pieza. De repente un sudor frío recorrió mi espalda, la chica estaba cuchicheando con la que debía ser su madre, a la vez que ambas me miraban y se reían ¿Qué estarían pensando de mí? Pronto lo vi claro, según lo pelaba, estaba haciendo una fina lámina de apenas un milímetro de grosor, con lo que ellas estaban teniendo la sensación de que yo debía pasar hambre, de ahí que apurara tanto la peladura. La cuestión era que hacer o que no hacer, para salir de ese atolladero. Si empezaba a comérmelo sin más, pensarían que estaba “lampando”, si les ofrecía igual parecía un prepotente o un tonto. Después de mucho pensar y pese a que hoy incluso me duela, llegue a la solución adecuada. Así una vez terminé el pelado, cogí con una mano el melocotón y con la otra la peladura. Abrí la ventanilla del vagón mirando a las mujeres y traté de sonreír. Miré por última vez aquella preciosidad y con todas mis fuerzas la arrojé por la ventana. A continuación, comencé a comerme la piel, según decía: -Mucha gente no lo sabe, pero esto es lo que más vitaminas tiene. Que la fuerza os acompañe.