Del bául de los recuerdos: Amor, pan y fuego
En las afueras del pueblo, una vieja casona ya totalmente desaparecida y como triste recuerdo, hoy pobre estercolero, por entonces habitada por un matrimonio de pobres ‘viejos’, que sin hijos ni familia y a favor del lento fuego de la chimenea, él medita, ella solloza, como únicos pasatiempos en estas largas noches de invierno. Sus nombres no recuerdo pues por su apodo del ‘tío Falagueras’, por todos los vecinos y sin enojo, se le conocía. En todas las reuniones a celebrar siempre sale algún motivo de su figura a memorizar.
Pasan las horas y de esos infantiles recuerdos vengo a señalizar como en una noche lluviosa y fría, ante el ladrido de un perro, alguien viene a llamar a la puerta de esta vieja casona del ‘tío Falagueras’, que dice: “Puede entrar el que sea, la puerta está abierta”. Entra un pobre haraposo, mojado, calado hasta los huesos y entumecido que murmura ¡santas noches!
“Acérquese a la lumbre buen hombre, haber si se puede secar”. El visitante se sienta junto al lar y mirando a los ‘viejos’ plañe con amargura ¡Pobre de mí!
Entonces el ‘tío Falagueras’, de un saliente del muro recoge y da al visitante un pedazo de pan diciendo “tomad hermano aunque esté duro”. El visitante toma y consume con bastante animosidad. El sueño y el silencio van midiendo las horas ¿De qué sirve el hablar? Los tres compenetran en un mismo motor de pensar que el silencio es un templo y el sueño un altar.
¡El alba! Ya las brunas presentan claridad, se oyen trinos de un gallo cantar, el rezo de la vieja, el vendaval que decrece y la lumbre se apaga.
El visitante se marcha no sin pensar que un trozo de pan duro... “sublime armonía”, un sitio junto al fuego... ¡hermoso sitial! ¡Miserable riqueza para el que estas cosas ignora y de panes no entiende! Pero al triste, al vencido, al que no sabe nada de nada, dale... amor, pan y fuego.