Del baúl de los recuerdos: Feliz infancia
También tiene entrada en estos días de nuestra infancia aquellos juegos de las escalerillas, las canicas, la píldora, la comba, etc...
Hay un proverbio en la historia de China que dice: “Sin ponerte en marcha no llegarás a ninguna parte y no terminarás nada si no inicias algo”.
Así, ante este baúl de los recuerdos en el inicio de los proverbios, vengo a memorizar aquellos años infantiles en el Colegio de las Cruces, principio y origen de nuestra formación educativa y como no a recordar aquellos maestros: Don Apolonio, don Félix, don Casto, don Alejo... que hoy con todo el cariño me agrada recordar como cenizas del pasado y semillas del futuro, que en aquellos tiempos todavía desconocidos los valiosos inventos de radio, televisión, calculadoras, ordenadores, etc...Era más meritoria su enseñanza. Sin mochilas de pesados libros de texto y solo ante la pura esencia de la llamada enciclopedia en sus diferentes ciclos, con morada en las aulas del colegio que nos dieron el brillante paso al Instituto. Aquí, como no, recordar también a valiosos profesores: Don Pedro Serrano, don Adolfo Cordobés, don Marcelino Martín, don Agustín Vergara y muchos más completando nuestros estudios que se vieron truncados en su final por la lamentable historia de la Guerra Civil, quedando muchos estudiantes en el lamentable estado de olvidar sus proyectos futuros para ser obligados funcionarios.
Más como dice el refrán: ‘No solo de pan vive el hombre’. También tiene entrada en estos días de nuestra infancia aquellos juegos de las escalerillas, las canicas, la píldora, la comba, etc, que solíamos practicar en el Paseo de las Cruces, desde la ermita de la Virgen de la Soledad (destruida durante la Guerra Civil) hasta las puertas del colegio, hoy hermoso paseo.
Perdón si me hago extenso, pero como no memorizar la ilusión de la llegada del domingo, donde veníamos a ver en el llamado Teatro Casino (ya muchos años desaparecido), aquellas películas mudas en blanco y negro del mítico Tarzán en sus interminables episodios, todo ello por el módico precio de diez céntimos o sea ‘una perra gorda’ de aquellos tiempos, motivo de comentarios del resto de la semana, tal como se hace hoy sobre toros o eventos deportivos.
Todos los días al sentarme en este sillón del despacho, me veo altamente feliz recordando mis escritos y recuerdos infantiles de los que procuro memorizar lo más breve posible, pues entiendo y con razón que los relatos largos se hacen pesados, que la vida no se debe medir por los años, mejor compartirla en sus diferentes estados que con alegría se van memorizando y así, disfrutar, al recordar nuestra... feliz infancia.