Del río Badiel al Dulce

04/04/2016 - 17:48 Luis Monje Ciruelo

A la izquierda de la N-II se encuentra Almadrones, un pueblo que apenas llama la atención.

A la izquierda de la –N-II, en dirección a Zaragoza, a unos 400 metros de la carretera, a la altura del km.103, se encuentra Almadrones, un pueblo tan pegado al terreno que apenas llama la atención del automovilista. Se puede pasar cien veces por la general sin advertir su existencia porque al pasar lo que llama la atención es el complejo Venta de Almadrones. Es lo que le ocurría a mi acompañante que  quiso que entráramos a conocerlo. Y lo hicimos por un carril que nace junto a la popular Venta. Lo primero que vimos fue algo que nos pareció unas excavaciones arqueológicas y que resultó ser un almacenamiento de piedras extraídas del propio terreno y extendidas en bancales, sin duda esperando a los compradores para la edificación, quizá pensando en alguna futura urbanización. Almadrones es un pueblo de hidalgas raíces, de antepasados obispos y sólidas casas, una de ellas con un espléndido escudo de armas  que ocupa todo un muro. Es un pueblo llano, limpio, bien urbanizado, orgulloso de haber albergado doce pinturas de El Greco, desaparecidas en la postguerra. Se asienta en el borde de un profundo valle labrado por el río Badiel, que nace en su término, y que en invierno no parece el valle de frondosa belleza que es cuando la Naturaleza despierta. Valle abajo, por un camino de tierra, sorteando charcos y barrizales por una reciente lluvia, llegamos a Argecilla, cuyas casas se escalonan por una empinada ladera mostrando una imagen urbana totalmente distinta de la de Almadrones, con una plaza de amplia y alta barbacana, singular atractivo para fotógrafos. En la más destacada casona de la plaza una lápida recuerda el homenaje que el pueblo ofreció en vida, en  1957, a su más ilustre hijo, don José Antonio Ubierna y Eusa, abogado del Estado, secretario perpetuo de la Real Academia de Legislación y Jurisprudencia y gobernador civil de Vizcaya, homenaje al que tuve la satisfacción de asistir, más como amigo del homenajeado que como periodista. Remontamos el valle desde allí y, tras un breve recorrido por un silencioso paisaje de grandes encinas, descendimos hacia el río Dulce por Castejón de Henares, pueblo ensimismado en su recuerdo del Cid, que por allí pasó con sus mesnadas, según el famoso poema. Luego supimos que se intenta restaurar la casa en que, según la tradición, se alojó Rodrigo Díaz de Vivar. Sin detenernos salimos a la carretera de Mandayona a Matillas y regresamos a la capital, contentos por haber conocido más de cerca la provincia.