Democracia de los electores
Cuando el dedo de los partidos apunta a una reforma constitucional difícil de conseguir, ahora se sacan del diccionario la palabra “blindar”.
Cada día es más grande y auténtica la democracia de los electores que la de los partidos, la democracia de los alejados, de los no adscritos frente a la de los instalados, acomodados, registrados, colocados y remunerados en los partidos convencionales y estructurados. A esto llaman algunos los populismos de hoy. Resulta más fácil dirigir el discurso a una masa amorfa, indeterminada de hombres y mujeres, sin un claro perímetro ideológico, que pueden modificar su voto, opción o elección, que convencer a bloques sociales fuertemente ideologizados, comprometidos o atrapados por intereses partidarios. Son más numerosos hoy los ciudadanos “no preguntados” (los ungefragte alemanes) que los frecuentemente consultados, o “referendumados” por la llamada democracia directa que somete cada día una cuestión, más o menos baladí, a consideración de los previamente elegidos por los partidos que se convierten, así, de elegidos en electores, de ordenantes en ordenados pero siempre beneficiados.
La democracia de los electores es aquella practicada por los ciudadanos a los que nunca se les consulta de nada, que no forman parte de las bases de datos de los partidos pero que son la base de todos ellos. Los miembros y los militantes de los partidos políticos ya no son electores químicamente puros, pues ellos mismos han sido elegidos por los aparatos del partido para “militar” (término que está muy cerca fonéticamente de milicianos) y, por tanto, han sido separados del resto de los ciudadanos. Los políticos hablan, el pueblo calla y sólo puede hablar cuando se le pregunte algunas veces. Pocas veces se oyen sus voces.
Cuando el dedo de los partidos apunta a una reforma constitucional difícil de conseguir, ahora se sacan del diccionario la palabra “blindar”. Ciertos grupos populistas quieren fijar por ley o colgar en su página ideológica ciertos derechos de los ciudadanos como si no estuvieran ya garantizados no por ley sino por la Constitución. Ahora han descubierto la función garante de la misma. Pretenden que una ley del mercado secundario pueda blindar o asegurar a los ciudadanos el cumplimiento de ciertos derechos u obligaciones del Estado para con ellos. La verdad es que todo hombre desearía que se blindasen, asegurasen, muchas dimensiones de la vida frente a tantas contingencias que podamos encontrar en el futuro. Pero es sorprendente que aquellos que son adalides del blindaje, sean los pioneros y predicadores del incumplimiento y de la desobediencia a las leyes. Esos partidos y partidarios de asegurar su exigencia, son los primero que, cuando llegan al poder, basan su gobierno en derogar leyes y, si pudiesen, derogarían la historia, los valores y la civilización en que se basa.