Don Pedro Castillo, Maestro con mayúsculas
Pedro Castillo fue ante todo un 'maestro de escuela' o 'maestro nacional', de los pies a la cabeza, vocacional y entregado a su profesión.
Confieso que siento especial admiración y afecto por la carrera y el ejercicio del Magisterio y la profesión de maestro; no en vano, soy nieto, hijo, hermano, primo, sobrino y, por qué no decirlo, también amigo de grandes profesionales de la educación, con especial recuerdo para mi abuela paterna, María Gracia Guerrero, hija del herrero de El Casar que, decidida y vocacional, cambió el yunque y el martillo de su padre por el encerado y el clarión cuando las mujeres de su época estaban condenadas a permanecer en casa haciendo “sus labores” y, a ser posible, “con la pata quebrada”. En homenaje a los muchos y buenos maestros de mi familia, a los muchos amigos y grandes maestros que tengo y a los extraordinarios maestros que he tenido y tengo la suerte de conocer, algunos de ellos no licenciados en Magisterio, va dedicado este “Guardilón” de junio, el mes en el que se cierra el curso escolar, personalizando ese reconocimiento en la señera figura de un Maestro con mayúscula que hizo historia con su labor docente y su bonhomía en esta provincia: Pedro Castillo Gálvez.
Pedro Castillo Gálvez, el otro “Don Pedro” de la Guadalajara de la segunda mitad del siglo XX junto al Dr. Sanz Vázquez, fue un gran profesional de la educación que dejó huella en esta su provincia -nació en Archilla en 1912, aunque se avecindó en Lupiana gran parte de su vida-, a la que tanto quiso, tanto y tan bien conoció y tanto divulgó pues, uno de sus muchos y más valiosos legados, fue dejar escritos importantes trabajos especialmente concebidos para extender el conocimiento de esta tierra entre sus alumnos, no solo educandos niños y púberes, sino también jóvenes futuros educadores. Lo más notable de ese tipo de monografías escritas por Pedro Castillo sobre Guadalajara ha sido compendiado y publicado en un libro, titulado “Viajes por la provincia de Guadalajara”, editado hace apenas medio año gracias al empeño de uno de sus siete hijos, Augusto Castillo Abascal, y al habitual buen hacer de la editorial Aache, es decir, Antonio Herrera Casado, otro gran Maestro con mayúscula, que no hizo Magisterio, pero que cada día nos enseña más y mejor, especialmente de historia y arte provinciales.
Aunque después nos referiremos a ese libro de edición póstuma de Pedro Castillo, realmente interesante, antes de tratar sobre su obra creo que es justo y necesario que lo hagamos acerca de su figura para ponerla en valor ante las nuevas generaciones que, por causa de la edad, no le han conocido e, incluso, ni si quiera han oído hablar de él. Somos el recuerdo que dejamos y mi intención hoy es contribuir a que la memoria de Don Pedro Castillo permanezca viva entre quienes le conocimos y, al menos, sea una referencia para quienes no tuvieron esa oportunidad pues les será de provecho. Conocer y seguir los caminos de los mejores caminantes es el primer paso para llegar a una buena meta.
Pedro Castillo fue, ante todo, un “maestro de escuela” o “maestro nacional” -los docentes de su generación presumían de ello y preferían esas cálidas denominaciones a la más fría y administrativa de “profesor”- de los pies a la cabeza, vocacional y siempre entregado a su profesión en la que destacó, no solo por su acreditada pericia como educador, sino también como líder y referente de equipos ya que la mayor parte de sus 45 años de ejercicio activo ostentó el cargo de director de la Escuela Aneja. Las Escuelas Normales de Magisterio de toda España -la de Guadalajara fue una de las primeras que se crearon, hace ya 177 años- siempre contaron con una escuela pública donde hacían las prácticas de enseñanza los aspirantes a maestro; inicialmente se denominaron “Escuelas Prácticas agregadas a la Normal”, a finales del siglo XIX pasaron a llamarse “Escuelas Prácticas Graduadas” y ya en el XX “Escuelas Anejas” o “de Prácticas”. En 1946, Pedro Castillo, tras ganar con solvencia la oposición correspondiente, tomó posesión como “Regente” -cargo que después se transformaría en el de director- de la Escuela Aneja a la Normal de Guadalajara y que desempeñaría hasta su jubilación en 1982. Se da la circunstancia de que cuando Don Pedro se hizo cargo de la regencia de la Aneja de Guadalajara, ésta tenía entonces su sede en el Colegio Público Rufino Blanco, el más antiguo de la ciudad pues ha mantenido su actividad docente de manera ininterrumpida desde 1912. Antes de regir la Aneja, ejerció su magisterio en Riba de Saelices (1934), Casa de Uceda (1934-1940) y el colegio capitalino del Cardenal Mendoza, en el que estuvo destinado hasta el ya referido año de 1946.
Llegados a este punto es justo destacar que Pedro Castillo, no solo fue un pilar de la enseñanza provincial como maestro, regente y director, sino que también impulsó eficazmente la mejora de las infraestructuras y equipamientos educativos de la ciudad, circunstancia a la que contribuyó de forma decisiva el hecho de que fuera concejal, primero, y teniente de alcalde, después, del Ayuntamiento de la capital, desde mediados de los años cincuenta y hasta el inicio de los 60. La primera gran aportación de Don Pedro en este ámbito fue conseguir que se recreciera en una planta el colegio Rufino Blanco para aumentar su capacidad, obras que se llevaron a cabo entre 1947 y 1949. Más importante aún fue su decisiva contribución para que la vieja escuela Normal, situada entre la calle San Juan de Dios y la plaza de Dávalos, fuera sustituida en 1964 por un edificio de nueva planta al lado de la iglesia de los Remedios, donde permanece todavía, ahora ya como Facultad de Educación de la UAH, tras la importante ampliación y reforma realizada en la última década del siglo pasado. Las construcciones de los edificios del Colegio Isidro Almazán, en el barrio de los Manantiales, y del Cardenal Mendoza, que durante un tiempo se ubicara frente a Santa María, en el antiguo solar que históricamente ocupó el palacio de quien, precisamente, tomaba nombre el centro, también se vieron beneficiadas por los buenos oficios de Don Pedro.
Precisamente, cuando en 1964 se trasladó a su nueva sede la Escuela de Magisterio, también se reubicó allí la Escuela Aneja que regentaba desde hacía 18 años y que, como hemos dicho, hasta entonces estaba establecida en el Colegio Rufino Blanco. Don Pedro, no solo continuó dirigiendo en sus nuevas instalaciones esta escuela de educación primaria, sino que también prosiguió su labor docente en la propia Normal como profesor de prácticas y de caligrafía. Destacar que fue miembro de numerosos tribunales de oposiciones al Magisterio.
Necesitaríamos muchos “guardilones” si quisiéramos detallar de forma exhaustiva la larga y ancha trayectoria profesional de Pedro Castillo; por limitaciones de espacio, voy a cerrar este mero acercamiento a su perfil biográfico subrayando que fue también una persona con una acusada sensibilidad social, hasta el punto de, nada más tomar posesión de la regencia de la Aneja, doblar la capacidad de su comedor escolar, ese mismo año crear ya las primeras colonias escolares de la provincia -que tuvieron varias sedes: Sigüenza, Atienza y Cifuentes- y poco después crear la pionera Mutualidad Escolar “Ibáñez Martín”. Además del afecto, el respeto y el reconocimiento de padres, alumnos y compañeros docentes, Don Pedro recibió importantes honores y distinciones oficiales, destacando entre ellas la Cruz de la Orden de Alfonso X El Sabio, en 1966, y el nombramiento de Caballero de la Orden de Yuste, en 1974. Estas palabras de Julio Monje Ciruelo, otro Maestro con mayúscula y sucesor suyo como director de la Escuela Aneja cuando se jubiló en 1982, resumen muy bien el recuerdo que dejó Pedro Castillo: “Entre vítores, flamear de pañuelos, aplausos y canciones con letras alusivas a su despedida, Don Pedro salió de su Aneja después de 36 años”.
Los hombres pasan, pero sus obras quedan. Además de las importantes obras, unas materiales, otras intangibles, que Pedro Castillo dejó en el ámbito docente, como hemos dicho al principio nos ha legado una publicación póstuma que ha visto recientemente la luz y cuya lectura recomiendo: “Viajes por la provincia de Guadalajara”. Está escrita en los años sesenta y muchas cosas han cambiado en nuestra tierra desde entonces y la han aquejado: despoblación, desertización, pérdidas patrimoniales, desmemoria colectiva, etc. pero la geografía y la historia de las guadalajaras que Don Pedro nos relata y describe en su libro con perfección de calígrafo y minuciosidad de relojero, continúan ahí, inmutables, como su figura ejemplar, egregia y señera.