El espíritu de un pueblo
En mayo de 2011, la plaza Mayor se convirtió en el epicentro de la indignación de un todo un país.
En mayo de 2011, la plaza del Sol se convirtió en el epicentro de la indignación de todo un país. Ciudadanía valiente y decidida que apostaba por acampar en el mismo centro de Madrid, empezando a reconstruir los valores democráticos perdidos por la acción del bipartidismo. Una iniciativa que, de forma solidaria, empezó a inundar de gente las plazas de incontables ciudades españolas. Una sociedad que empezaba a sentir el castigo derivado del dominio de la banca, la élite empresarial, la reforma laboral del PSOE y los casos de corrupción.
Comenzaba así un tiempo nuevo, democratizador y de empoderamiento ciudadano, en las plazas del país. El grito de “no hay pan para tanto chorizo”, recogía perfectamente el sentir de un pueblo, ante la incapacidad de un Estado para atender las demandas y las necesidades de la ciudadanía.
Empezaba un tiempo de ilusiones y esperanza, democracia participativa y real, debates públicos, propuestas para “cambiar un país”. De este modo, la sociedad civil comenzó a defender la soberanía del pueblo: con ideas y con la actitud de personas anónimas y decididas.
Decía Stéphane Hessel, autor del libro “¡Indignaos!”, que “frente a los peligros de nuestras sociedades, es tiempo de acción, participación, de no resignarse. Es tiempo de Democracia”. Define perfectamente lo que vivimos durante el 15M. La unidad colectiva de un pueblo, que avanzaba, despertaba y que implicó la superación de un movimiento ciudadano meramente español, traspasó nuestras fronteras como ejemplo de democracia, ante la ineptitud del bipartidismo. Sin duda, el 15M era algo tan poco esperado para las elites como necesario para la gente.
La clase política de aquél momento, junto a algunos medios de comunicación, intentaron manipular la realidad, buscando confundir a la ciudadanía. En aquellos días los contertulios y los portavoces del bipartidismo repetían incesantemente: “si quieren cambiar el país, que se presenten a unas elecciones”. Pues bien, aquí estamos. Y contagiados de ilusión y esperanza, hemos venido a cambiar el país.
Muchas voces se alzan hoy contra ése cambio que pretendemos y que es más necesario que nunca. Las visiones apocalípticas inundan ciertos medios de comunicación y algún que otro/a tertuliano/a realiza intervenciones con tintes de censura y reprimenda. A éstos les debemos recordar que a quienes se dirigen en todo momento es a ése pueblo organizado, que no acaba de llegar porque siempre ha estado; al que se organizó en torno a camisetas verdes, blancas y naranjas para confluir en Sol un 15 de mayo de 2011. A las amas de casa, yayoflautas, jóvenes expulsados de su patria, por políticas de austeridad que les auguraban un futuro inexistente. A todos ellos es a quienes tratan de borrar hoy algunos discursos, pero no, ya no pueden borrarlos.
Aquel movimiento y aquella forma de construir una patria nueva, ha conseguido entrar en las mismas instituciones donde, hasta hace no mucho, eran recibidos por las fuerzas policiales. Hoy, el Congreso ya no se rodea porque hemos entrado y nos hemos sentado a hacer lo que mejor sabemos, debatir para construir, dialogar para generar las condiciones necesarias para que aquellos adoquines comiencen a florecer desde la raíz.
Hoy tenemos un reto: alzar la voz que pretendía ser callada dentro de la institución que nunca debió desoírla. Hacer patria no consiste en el merchandasing, consiste en recuperar todos y cada uno de los derechos sociales que nos intentaron arrebatar a golpe de decreto y mordaza, en generar las circunstancias que permitan que los miembros de esta patria, que habitan en los diferentes rincones del mundo, puedan volver a su barrio, a su hogar. Un hogar en el que todos tengamos derecho a pan y rosas, en definitiva se trata de construir un pueblo fuerte y unido en su diversidad.
Más que nunca es necesario el recuerdo, el empuje. En Francia siguen nuestros pasos, no caigamos en la idea de que todo está ganado. Pueblo unido y pueblo organizado que siga emitiendo el empuje necesario para desbordar y transformar la alegría en pan, trabajo, techo y dignidad.