El perdón

08/04/2023 - 12:07 Jesús de Andrés

El perdón limpia, purifica. No sólo a quien lo recibe, también a quién lo otorga, que se libera de esa carga.

Luis Salvador Carmona fue uno de los mejores escultores del siglo XVIII. Labrando la piedra y la madera consiguió un reconocimiento indiscutible, tanto en la corte, donde participó en la ornamentación del nuevo Palacio Real, como en el ámbito popular, en el que desplegó su genio para emocionar y suscitar fervor en los numerosos encargos de imaginería religiosa que ejecutó. En un soberbio ejercicio de síntesis, su escultura en madera recoge la herencia de Gregorio Fernández o Pedro de Mena, entre otros grandes del Barroco español; el realismo brutal, lleno de dolor, de la escuela castellana y la idealización del sufrimiento, atemperado por la belleza serena, de la escuela andaluza.

En 1751 realizó para una iglesia de La Granja -con el apoyo de la reina Isabel de Farnesio, esposa de Felipe V y madre de Carlos III- su Cristo del Perdón: la imagen de un Cristo genuflexo, apenas cubierto por un paño de pureza, herido y ensangrentado, que muestra sus llagas en manos y costado, con corona de espinas, una soga al cuello y la rodilla izquierda, desgarrada, hincada sobre un globo terráqueo. Baltasar de Elgueta, atencino ilustre, uno de los fundadores de la Real Academia de Bellas Artes de San Fernando, se enamoró de la pieza, que quiso llevar a Atienza. Contrató para ello los servicios de Carmona, quien talló este segundo Cristo dos años después con ánimo de perfeccionarlo, dando lugar a una de las obras más bellas del arte barroco español (que hoy se puede admirar en el Museo de la Santísima Trinidad).

Más allá de la contemplación de la talla como un instante de la Pasión, como muestra de la pedagogía popular de Trento, el Cristo del Perdón de Atienza es en realidad símbolo del Varón de Dolores inspirado en las palabras del profeta Isaías: “Despreciado y abandonado por los hombres, varón de dolores…”. Desde que Durero realizara en el siglo XV algunos grabados sobre este tema, tan habitual en el arte y la música alemanas (aparece en El Mesías de Haendel, por ejemplo), su representación es alegoría de la redención del pecado original gracias al perdón de Dios y a la sangre de su hijo.

El perdón limpia, purifica. No sólo a quien lo recibe, también a quién lo otorga, que se libera de esa carga. En la bola del mundo sobre la que se apoya el Cristo aparecen Adán y Eva comiendo la manzana, el diluvio y Sodoma y Gomorra, ejemplos todos ellos, en su reacción, del poder desmedido de un Dios violento. Es su hijo, a través de su dolor, quien dulcifica a ese Dios omnipotente e iracundo, tan necesitado de perdón, de nuestro perdón, como lo estamos cada uno de nosotros.