El secreto de los optimistas

13/01/2017 - 14:40 Emilio Fernández Galiano

Entre ilusión e iluso debe de haber una frontera mínima, pero prefiero quedarme con la primera y sacudirme el escepticismo de los demás.

Un pesimista es sólo un optimista bien informado. La cita se la atribuyen a Mario Benedetti aunque es una sentencia muy socorrida. Al menos tiene su carga humorística, y eso es lo importante. Afrontar con ganas un nuevo año, como cualquier reto que nos presenta la vida, implica una actitud previa. Los que montamos en bicicleta sabemos lo insufrible que se nos puede hacer una subida solamente porque la “tenemos manía”. Como coronar un puerto sin apenas darnos cuenta. Todo depende de esa actitud previa.
    También dicen que no hay enfermedades sino enfermos, en clara referencia a una posible evolución dependiendo de la voluntad del individuo. O el espíritu de superación, las ganas de mejorar y, en definitiva, contemplar el futuro con optimismo.
    Es verdad que en muchas ocasiones hacen falta dos cojones, que diría el castizo, y los reveses pueden ser varios y diversos. Para enfrentarnos a ellos hace falta más de los mismo, esa actitud positiva a la que me refiero.
    Hace tiempo leí un libro que en su día fue un éxito editorial y de ventas, cuya autora, Rhonda Byrne, se hizo de oro. Personalmente no me preocupa tanto el dinero, que es un mero medio, como el fin, que no es otro que la felicidad, tal y como ya nos adelantaron los clásicos. En su obra El secreto, la escritora australiana apunta que una actitud positiva puede influir en la vida real a través de la “ley de atracción”. En un teorema más que discutible sobre mensajes de ida y retorno al universo mediante la atracción del ser, aseguraba que si se enviaban pensamientos positivos éstos retornaban en forma de hechos positivos, e igualmente con los negativos, o algo así. De tal manera, los psicólogos y gente de ciencia rechazaron de plano teoría tan ligera, pero la escritora reconocía, redactando el libro,  que se iba a hacer rica y que ése era precisamente el argumento que demostraba la eficacia de su tesis. Hoy tiene su singular versión, especialmente entre la juventud, con el “karma” y sus consecuencias. Y, de hecho, Rhonda Byrne se forró.
    La falta de rigor científico es incuestionable, pero se presentan serias dudas cuando evidenciamos que depende mucho de nosotros el resultado de una gestión o la predisposición que adoptemos frente a cualquier reto. Salvo imponderables imposibles o irreversibles -por mucho que me lo proponga soy incapaz de correr 100 metros por debajo de 10 segundos-, es cierto que el firme propósito con el que nos impliquemos, puede llegar a que alcancemos metas que en un principio nos parecían imposibles.
    No está mal aprovechar un comienzo de año para que adoptemos una actitud positiva, y respecto a cuantos más frentes, mejor. Llamémosle ilusión, optimismo, ganas o entusiasmo. Tal vez cuando cada mañana después de ducharnos, además de colonia nos echáramos unas dosis de ilusión, nos fuera mejor. Una sonrisa, por ejemplo, puede paliar la más comprometida de las situaciones. Pero a veces tenemos que pensar que es necesario sonreír en lugar de hacerlo espontáneamente.
    Entre ilusión e iluso debe de haber una mínima frontera, pero prefiero quedarme con la primera y sacudirme el escepticismo de los demás. La realidad se encargará de situarnos en el sitio preciso, pero dependerá de nosotros que esa realidad sea una u otra.
    José Samarago era un brillantísimo escritor, pero un cenizo importante. Decía que no es que fuera pesimista, sino que esta vida era pésima, o que los únicos interesados en cambiar el mundo eran los pesimistas porque los optimistas están encantados con lo que hay. Prefiero la sentencia de sir Winston Churchill: “Soy optimista. No parece muy útil ser otra cosa”.
    Deseo a todos los lectores de Nueva Alcarria mucho optimismo para el 2017. Pero guárdenme el secreto, no vaya a ser que se entere un pesimista y nos lo estropee.