El traje nuevo del emperador

05/03/2022 - 12:45 Jesús de Andrés

Viví en Moscú más de un año gracias a una beca predoctoral que me permitió realizar allí parte de la investigación para mi tesis doctoral sobre el cambio político que, de la URSS a la nueva Rusia, acababa de tener lugar.

Llegué a la Plaza Roja en un octubre blanco a mediados de los noventa. Las primeras nieves, que permanecen hasta la primavera, acababan de caer. Recuerdo la poca luz, el cielo níveo de la noche, el frío gélido y, antojos de la memoria, a los vendedores de helados exponiendo su irrisorio género sobre mesas plegables. Intermitentemente, viví en Moscú más de un año gracias a una beca predoctoral que me permitió realizar allí parte de la investigación para mi tesis doctoral sobre el cambio político que, de la URSS a la nueva Rusia, acababa de tener lugar. Desde entonces, son muchas las veces que he visitado aquel país y muchos los amigos rusos y ucranianos atesorados. Pocos pueblos como el ruso, noble y hospitalario, han sufrido tanto la perversidad de sus gobernantes, el sometimiento a una cruel administración, la dureza con la que desde siempre han sido subyugados. Unos zares anclados al absolutismo más feroz, un régimen soviético totalitario que generó una de las mayores pesadillas que el ser humano haya conocido y unos líderes políticos postreros que debieran haber transitado hacia un sistema de libertades pero que, una vez más, como siempre en la historia de Rusia, se sirvieron de su poder para enriquecerse e impedir el desarrollo.

Ni Gorbachov tuvo plan alguno, siempre desbordado por los acontecimientos, ni Yeltsin quiso implantar una democracia homologable: al contrario, bombardeó el parlamento e impuso una constitución que era un traje a la medida de su ambición de poder absoluto. Luego, antes de retirarse, eligió a Putin como sucesor entre varios candidatos y le traspasó el colmado. Desde entonces, el presidente ruso ha realizado algunos pequeños ajustes al traje para consolidar un poder que ejerce desde el año 2000 y espera seguir ejerciendo varios lustros más.

La nueva invasión de Ucrania, tras hacerse con Crimea y los territorios orientales en 2014, forma parte de su estrategia de reconstrucción imperial y nostalgia nacionalista, con la que pretende afianzar su control en ambos países. Consciente de que su acción no movilizaría las tropas de los Estados occidentales, decidió llevar de nuevo al sastre su traje de tirano para, al invadir a sus vecinos a sangre y fuego, darle hechuras de emperador. Imposible saber si su frialdad y decisión responden a un carácter psicópata o a un cálculo estratégico. En cualquier caso, la supuesta amenaza para Rusia no es una Ucrania en la OTAN sino una Ucrania próspera, asentada en la Unión Europea, con usos democráticos y respeto a los derechos humanos. Esa Ucrania, en la que los rusos podrían compararse, sería la verdadera “provocación” para Putin, de ahí su necesidad de destruirla antes de que llegara a madurar y mostrara su desnudez.