Enrique Castro Quini, recuerdos de mi amistad con él en Gijón


El que guarda haya’. Era un dicho  muy comentado con Quini cuando comentábamos el gran importe que se pagaba por los fichajes.

Yo venía a dirigir en Gijón una sucursal, un entramado industrial desde otro lugar hostelero y turístico de la Costa del Sol, en Torremolinos.
    La banca había iniciado su expansión por los años 65-70, participando en ello con la apertura de una sucursal como interventor del Banco Zaragozano en Estepona (Málaga). La agencia de Torremolinos nos había tocado antes en otro prorrateo. Al año y medio fui trasladado allí como director.
    Los grandes bancos se habían repartido la piel de toro a su capricho. Siempre me gustaba requebrar con los servicios financieros y económicos del banco a los clientes  de estas entidades favorecidas por el Banco de España.
    Ellos más o menos se respetaban pero... había recelos. Don dinero es un señor con trajes de cachemira, reloj de bolsillo de oro y gemelos de brillantes.
    Gijón tenía copados los locales más comerciales y las firmas más importantes, todas o casi todas vinculadas a Ensidesa, Hunosa, Duro Felguera... las más importantes.
    Entonces los futbolistas más populares y apreciados de la villona eran Quini y Churruca. Les conocí yendo a  Mareo, casa y campo de entrenamiento del Sporting, a ofrecerles servicios de ahorro y financiación de activos. Nos caímos bien y les propuse incluirles en nómina como gestores del banco. La noticia en Gijón causó una gran novedad y el periódico local El Comercio publicó la  noticia ornándola con una foto de Quini en la puerta de la sucursal. Era auxiliar administrativo interino.
    Algunas mañanas las dedicábamos a visitar clientes, cuando terminaban los entrenamientos. Nos ayudaba a la apertura de posibilidades porque, al menos nos recibían. Éramos un Banco  con implantación en Asturias.
     ‘El que guarda haya’. Era un dicho  muy comentado con Quini cuando comentábamos el gran importe que se pagaba por los fichajes. Aunque ganes mucho dinero, ahorra. Le decía .Un lunes, día libre que disfrutaba por haber jugado en el Molinón, me invitó a ver un prau, en donde guardaba una jauría numerosa. Una persona que da ese mimo a unos perros y que los cuida con tanto cariño es, lo que era un gran deportista y un caballero.
    Me trataba como jefe. Una vez que esperaba un tren para salir hacia Gijón desde la estación de Chamartín, el venía de jugar con el Barcelona de otro lugar y, coincidimos. Era un futbolista  internacional conocidísimo. Se acercó a mi mesa y nos saludamos con mucho afecto, diciendo a sus compañeros: este señor fue mi jefe durante un tiempo que actué cómo bancario.