“Es raro que no haya una avalancha de gente que se dé cuenta de que la vida son dos días”
Lidia Geniz y Jarvier García, pareja de aventureros de Guadalajara, hace un pequeño paréntesis en un viaje lleno de aprendizaje
¿Puede una furgoneta convertirse en un hogar? La respuesta para Lidia Geniz y Javier García es absolutamente sí. Ellos han convertido una Volkswagen T4 en una casa con ruedas sobre la que recorren Latinoamérica. Ahora, no obstante, han hecho un paréntesis para pasar estas fechas con sus familias en Marchamalo y Guadalajara.
Estáis en la carretera desde mayo de 2014 y sumáis más de 70.000 kilómetros. ¿Es éste el primer parón que realizáis?
Lidia Geniz: Antes de marcharnos a Sudamérica hace ahora 14 meses tuvimos que parar por el transcurso en el que la furgoneta estaba de camino desde Europa hasta Uruguay.
Javier García: Fueron tres semanas en España esperando a que la furgoneta llegase a Uruguay. Anteriormente estuvimos otro año y pico viajando por Europa.
¿Cómo ha sido el contraste al llegar a vuestra casa en España después de estos 14 meses?
L.G: Los primeros días todo es extraño. Por ejemplo, me resultaba raro ver los enchufes redonditos, los típicos de aquí de España.
J.G: Cuando más notamos el contraste fue cuando tuvimos que cambiar de planes y empezamos a viajar por España para subir al Reino Unido. Esos seis primeros meses fueron los que más nos impactaron al regresar a casa.
¿En qué sentido notáis ese impacto?
L.G.: Por ejemplo, teníamos que abrir las ventanas, salir al patio. No sé si era agobio, pero necesitábamos ver el cielo, la luna y las estrellas todas las noches.
J.G.: Yo, ahora, aunque hace bastante frío por las mañanas, lo primero que hago cuando me levanto es salir fuera.
Sentís ‘mono’ de naturaleza.
J.G.: Bastante. De hecho, allí en Latinoamérica hay mucha gente que nos invita a dormir a sus casas. Pero nosotros estamos a gusto en nuestra cama. Se lo agradecemos mucho, pero nuestra casa es nuestra furgoneta, y nos gusta abrir la puerta y estar fuera.
L.G.: Necesitamos ese contacto con la tierra, con la naturaleza. A lo mejor vamos a esas casas a darnos una ducha o poner una lavadora, pero poco más.
¿Está aprovechando vuestra familia y amigos para convenceros de que os quedéis?
L.G.: De eso ya hemos aprendido en estos tres años y ahora venimos más relajados, sabiendo lo que nos vamos a encontrar. Pero sí, nuestros padres no tardaron ni media hora en preguntarnos cuándo vamos a regresar.
J.G: Pero realmente es un contraste. Porque, pese a lo que nos dicen, luego no dudan en ayudarnos. Si se nos rompiera la furgoneta y tuviéramos que comprarnos otra, serían los primeros en buscarnos una, por ejemplo.
¿Notáis cierta envidia, sana o no, en la gente, respecto a que hacéis lo que a ellos les habría gustado?
L.G.: Hay muchos que nos dicen que esto es lo que ellos querrían para sí mismos. Pero al final, si es lo que realmente te pide el cuerpo, vas adelante. Estamos llenos de miedos y de conformismos.
Os habréis encontrado a muchos viajeros como vosotros, ¿pero de tanto tiempo?
L.G.: La mayoría se plantea un viaje de un año, aunque luego muchos se enganchan y continúan.
J.G.: Es curioso cómo en Argentina hay tanto viajero. Pero, aunque a lo mejor su idea es dar la vuelta al mundo, al final no terminan de salir de Sudamérica por falta de medios.
L.G.: En Argentina es muy complicado ahorrar, es super caro. Pero los argentinos se van buscando la vida, y para mí es admirable. Venden comida, artesanía... de todo.
¿Es fácil reconocer a los viajeros como vosotros?
L.G.: Hay una comunidad muy grande de gente que viaja en furgoneta. Nosotros tenemos grupos de wasap al que se van incorporando viajeros que te vas cruzando. Luego, unos te ponen en contacto con otros. Y al final nos ayudamos entre todos. Javi, por ejemplo, ofrece mucha ayuda mecánica. Es muy bonito, porque muchas veces, cuando estás tanto tiempo fuera de casa, son tu familia.
J.G: Una familia de Sevilla, por ejemplo, se puso en contacto con nosotros antes de empezar a viajar, y gracias a ellos hemos podido dejar la furgoneta enfrente de la casa de una señora de Ecuador.
¿Dónde entráis en contacto con estas personas?
L.G. Principalmente en la carretera, en la Panamericana. Y siempre que nos cruzamos, pitamos y nos saludamos. En nuestro caso, no solemos ir a muchas ciudades para encontrarnos con viajeros. Quitando Quito, donde estuvimos una semana antes de coger el avión, nos perdemos mucho por las montañas.
J.G.: La Panamericana comunica el continente desde América del Sur hasta Alaska, pero realmente no la utilizan muchos viajeros, pues te vas saliendo de ella para ir a otros sitios. Pero al final encuentras a alguien, pues es un camino muy sencillo.
¿Habéis tenido algún problema de seguridad cuando os apartáis de las ciudades?
J.G.: Una vez nos ocurrió algo extraño, pero fue en Bulgaria. Nos perdimos por un camino y acabamos encontrando a un hombre que no estaba muy bien. Luego, a las 3.00 de la mañana notamos pasos y vimos una hoguera encendida. Allí estaba este hombre. Tuvimos que salir con un hacha para asustarle, porque no quería marcharse.
Imagino que también os habréis perdido.
L.G.: Sí, claro. Un día, buscando una playa, nos metimos por caminos de tierra, forestales, y nos perdimos.
J.G.: Otra vez se rompió una pieza de la furgoneta y nos quedamos tirados en medio de la nada y a oscuras.
¿Qué se puede hacer en esa situación? ¿Llamar a una grúa?
J.G.: Imposible. En Sudamérica, la gran mayoría de los caminos no son asfaltados, por lo que las grúas no van.
L.G. Y, en el caso de que pudieran llegar, no sabemos cuánto podría costar.
Los conocimientos de mecánica que tenéis, ¿cómo los habéis adquirido?
J.G.: Yo aprendí a la fuerza en el sur de Chile. Vivimos tres o cuatro meses muy duros en ese país. Pero dentro de eso, estamos contentos porque aprendimos mucho. Primero a arreglar las averías, lo que nos permite ahorrar dinero. Y también, en medio de la nada, puedes perder un poco los papeles, pero al final lo llevamos bien y conseguimos una gran compenetración en los malos momentos.
L.G.: Es cierto que los problemas de Chile nos dieron tiempo a que Javi aprendiera de mecánica. Yo le ayudo, pero no me gusta. Aunque tengo que decir que hemos solucionado muchas averías gracias a un libro de mecánica que imprimí en 2014.
De cualquier forma, vuestra furgoneta ‘La Furiosa’ os ha salido realmente buena, teniendo en cuenta los kilómetros que lleva encima.
J.G.: Muy buena, y que siga así. El día que falle el motor será otra cosa. Pero esperemos que esos problemas nos cojan en México.
¿Cuál es la siguiente ruta que tenéis prevista?
L.G.: Regresaremos a finales de enero a Ecuador y de allí cruzaremos a Colombia, para en abril cruzar el canal de Panamá. Será complicado, pues tenemos que buscar una empresa para compartir el container, y no es un trámite fácil. Es la única manera de pasar, no hay carretera en el Amazonas. También hay un ferry que trabaja de forma intermitente, pero es caro, y te sale casi por lo mismo que mandar la furgoneta de vuelta a Europa.
Aparte de la venta de vuestros libros electrónicos y la artesanía, ¿qué otros ingresos tenéis?
L.G.: Hemos empezado a vender más artesanía. Antes sólo lo que yo hacía, collares de tela y pendientes. Pero ahora estamos fomentando el trabajo de las mujeres de comunidades indígenas, y ponemos así nuestro granito de arena comprando y vendiendo a precio justo.
J.G.: También trabajamos con empresas y hemos escrito algún artículo. Igualmente, hemos hecho excursiones y visitado lugares de forma gratuita a cambio de un artículo. No es una forma de financiarte, pero sí de no gastar. Pero también tiramos de ahorros, pues hasta el momento no hemos conseguido vivir sólo de esto.
¿Cuál es vuestro mayor gasto?
J.G.: La gasolina y la comida. Aunque en Ecuador la gasolina no era un problema, pues costaba 20 céntimos el litro. En Perú subió a 70, en Chile a un dólar... Y para cocinar solemos utilizar fuego, no vamos a restaurantes. Excepto en Perú, donde el menú costaba dos, o incluso, un euro.
L.G.: Es cierto que en Ecuador era un lujo llenar el depósito por 17 dólares. El truco, de cualquier forma, es gastar poco. Nosotros seguimos sin pagar por dormir
¿Qué presupuesto manejáis al mes?
J.G.: Gastamos una media de 300 euros cada uno. Si conseguimos ganar unos 100 euros al mes por persona, sólo hay que tirar de los ahorros para cubrir 200. Pero ten en cuenta que no pagamos facturas, por lo que, en tres años, apenas se necesitarían 4.000 euros para cubrir esos gastos. Es totalmente viable. De cualquier forma, los desembolsos más grandes que hemos tenido han sido las averías y cruzar la furgoneta a Sudamérica.
¿Tenéis la ruta planificada?
L.G.: No, para nada. Este mes en España será la primera vez que nos vamos a sentar a organizarnos. Lo que sabemos es que queremos llegar a Alaska en verano.
J.G. Pero no será el verano que viene, porque no nos va a dar tiempo si cruzamos a Panamá en abril. Tenemos que pasar por México, Costa Rica, Nigaragua, Guatemala...
¿Os toca pedir algún permiso por ir en furgoneta?
J.G.: No tiene nada que ver viajar volando que en furgoneta. Es como una persona más y hay que hacer muchos trámites.
L.G.: Nosotros vamos por Inmigración y la furgoneta, por Aduanas.
¿Vivís con conexión a internet?
L.G.: Nos modernizamos en Perú, y ahora tenemos móvil con conexión a internet, pero tiramos de wifi. De cualquier forma, conectamos con la naturaleza en lugar de con el wifi.
J.G.: En cada país vamos comprando tarjetas por si tenemos que llamar y para estar localizados para nuestras familias. Pero conectarnos a internet no es lo que más nos apetece. Si tuviéramos un patrocinador o el dinero suficiente, no haríamos la web – http://vantravellers.com/–, o lo haríamos de una forma más relajada.
¿Habéis tenido algún problema de salud en el viaje?
L.G.: Sí, y se pasa muy mal, es lo peor de todo. Nos tocó a los dos casi en el mismo país. Caímos malos en el norte de Chile, porque subimos de altitud y comimos algo en mal estado y en gran cantidad. Ahí empezaron mis problemas, que a día de hoy siguen, y ya han pasado cuatro meses.
¿Fuisteis al médico allí?
L.G.: En Chile fui a tres diferentes y cada uno me decía una cosa, así que ya no quiero volver. Y cuando yo me recuperé un poco, a Javi le dio un cólico en la selva y de madrugada tuve que llevarlo al hospital. No me hablaba y me salté todos los semáforos. Fue lo peor del viaje, pero al final cada país nos ha dado una cosa: Argentina nos permitió estar al 100 por cien con la naturaleza, Chile nos dio lo de la mecánica, y Perú, las enfermedades. La vida es aprendizaje y así nos lo tomamos.
J.G.: Me deshidraté, las manos se me contrajeron y no podía andar. Si hubiera estado viajando solo, no sé si habría podido llegar al hospital. Pero, cuando dependes de una persona, dejas toda la responsabilidad en ella y eso tampoco es bueno.
Tenéis muchos seguidores. ¿Alguno se ha animado a dar el salto?
J.G.: Sí, claro. Lo raro es que pase tan poco, que no haya una avalancha de gente que se dé cuenta de que la vida son dos días.
Quizás les frene el miedo al futuro.
J.G.: ¿El futuro en el tema del trabajo? Pues ya se encontrará algo, y si no, pues se explotan las cualidades de cada uno, que se tienen.
¿Vosotros habéis sentido ese vértigo alguna vez?
L.G.: No, nunca. A día de hoy, un trabajo no te asegura nada.
J.G.: No En Chile, un amigo nos preguntaba si no pensábamos en el futuro, si no teníamos miedo, pero realmente se dio cuenta de que ése era su miedo, no el nuestro. También hemos cambiado de trabajo muchas veces por propia voluntad, y eso te hace estar más preparado, te abre la mente.
Para contactar con Lidia Geniz y Javier García:
www.vantravellers.com
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