Inteligencia democrática

11/11/2016 - 18:10 Jesús Fernández

Ella forma parte de la cultura política que ha pasado de la democracia mecánica a la deliberativa.

Ella forma parte de la cultura política que ha pasado de la democracia mecánica a la deliberativa. Algo se está moviendo en esta escala: conciencia, partido, decisión. Algunos representantes políticos ya perciben o viven un conflicto interno entre su conciencia, su pertenencia y sus decisiones o votaciones. Esto nos sitúa en el corazón de la democracia más allá de las “técnicas” reglamentarias. ¿Qué es más fuerte a la hora de votar? ¿La conciencia o percepción personal de los valores? ¿La condición de miembro de una organización política, llamada  partido, a quien se debe obediencia y fidelidad a sus postulados? ¿La condición de representante de un pueblo que le ha elegido? El equilibrio de estos factores forma parte de la democracia como drama de intereses y percepciones. Durante muchos años, no se exteriorizaba esta antinomia. La conciencia o libertad (de voto) quedaba relegada a un segundo plano y afloraba o triunfaba lo que hemos denominado la robótica o mecánica de los grupos. La ética cedía ante la aritmética.
    Todo eso es perfectamente válido en pura teoría. Pero ahora viene la práctica consistente en los juegos de intereses personales, familiares, de partido, de la comunidad política. El motor de la actividad de los partidos es el interés material,  económico de sus miembros y su promoción social y profesional. Esta motivación afecta a todos ellos pues existen muchos jóvenes que creen en la inocencia o virginidad de la izquierda marxista solidaria, desprendida, heroína, misionera y dedicada a sufrir con los que sufren, a favorecer a los más pobres y a luchar contra la pobreza en el mundo, lejos de cualquier  interés o beneficio como si los partidos de esa tendencia fueran ONGs. Se llaman  anticapitalistas pero viven como capitalistas.
    Los expertos, los psicólogos, los educadores hablan de una inteligencia racional, lógica, argumental, en el hombre pero aluden a la existencia también de una inteligencia emocional, adquirida y dedicada a los sentimientos. ¿Por qué no hablar de una inteligencia democrática? Ella estaría constituida por la capacidad de preocuparse por el bien común, buscar el bienestar de todos, favorecer el diálogo y el entendimiento de todos los ciudadanos, no ver en el otro un adversario y fomentar el odio y la venganza, si no su exterminio, hacia él. Tener un sentido de comunidad frente a tanto egoísmo que inspira nuestra actividad pública en cualquiera de sus niveles. Eso es la inteligencia democrática que no es más que la misma inteligencia aplicada a los procesos de participación y representación de la ciudadanía. Ella constituye una parte del sentimiento ético y estético de  la humanidad. Porque la democracia  también es hermosa y digna de ser percibida mediante una  inteligencia específica.