La aventura de la lectura
10/08/2015 - 23:00
Cuando el consumo televisivo nos invade, un libro es una excelente alternativa. Los doscientos largos minutos de la dedicación media diaria a la televisión dan espacio suficiente para la lectura de todo un libro. Cabe que los niños, encandilados por las imágenes vivas y el seguimiento de héroes violentos, embotada su sensibilidad, llegan a ver la lectura como una simple tarea escolar, cuando no como un castigo; casi nunca como un placer.
Quizá todo comenzó cuando los padres dejamos de contar cuentos a los niños pequeños, cuando no les comunicamos amor a los libros.
Comenzar la lectura de un libro nuevo es iniciar una aventura hacia un mundo incógnito, que puede concluir tanto con el apresurado paso sobre sus páginas, como sumergidos en un viaje apasionado recorriendo paisajes deslumbrantes. Por encima de la rutina de una lectura para estar el día, ese albur, que puede minorarse con alguna selección crítica, es el que hace que se acometa con pasión cada lectura; de otra manera, posiblemente releeríamos una y otra vez los mismos libros.
El hombre es más rico y profundo que todos los libros. No obstante, el arte de la lectura, en compensación a nuestra dedicación, nos ayuda a redescubrir el sentido de la vida, a comprender, para ver mejor el mundo que nos rodea. Hay libros que permanecen silenciosos, y otros en los que cada palabra tiene su propio sonido; libros en los que sus personajes adquieren relieve casi físico, capaces de conversar entre ellos y con nosotros mismos. Libros vivos, a los que se vuelve con frecuencia, a veces apara releer unas pocas páginas; y libros muertos cuyo contenido se agota quizás antes de única lectura apresurada.
Acabo de tener uno de esos encuentros afortunados.
Por su presentación, pudiera parecer que estamos ante un libro para niños, un cuento: el subtítulo carta a mi hijo sobre el amor a los libros, y el conocer que ese hijo tiene dos años y medio, pudiera reforzar esa primera impresión; pero SI UNA MAÑANA DE VERANO UN NIÑO (Ed. Taurus, 1995) no es un libro para niños; mejor dicho, no es sólo para niños. La frescura de las 157 páginas de su texto vela un tanto una reflexión profunda sobre el amor a los libros, un ensayo sobre la crítica literaria, sobre el placer de la lectura.
Es, por tanto, una invitación, y una ayuda a lectores y educadores, a profundizar en la gran riqueza que encierran las obras maestras de la literatura.
Roberto Cotroneo, su autor, un crítico literario responsable de las páginas literarias del diario italiano LEspresso, partiendo de las páginas y los personajes de unos pocos libros: LA ISLA DEL TESORO, EL GUARDIÁN ENTRE EL CENTENO, un ensayo de Borges, o unos poemas de T. S. Eliot, todos ellos conocidos por el lector medio, recorre sentimientos y pasiones, la ternura o el talento; y nos recuerda que hay personajes literarios, suspendidos entre la realidad y la ficción, que sin renunciar a ninguna de estas dos identidades, cuando te los encuentras lo cual no es nada frecuente, el juego de la literatura se hace tan fascinante que la novela en la que se mueven puede quedarse como de fondo. Cada libro es una aventura, cambiante en cada lectura, en la que merece la pena sumergirse.