La elocuencia del silencio

22/10/2016 - 19:01 Manuel Ángel Puga

Y el regalo de Rajoy al PSOE durante las últimas semanas ha sido su silencio” (“La Razón”, 6-10-2016).

En la sociedad actual se suele conceder una gran importancia a las palabras mientras que se infravalora el silencio. Quien habla mucho, quien tiene facilidad de palabra, es valorado y apreciado; quien habla poco o calla ni es valorado ni apreciado. Pero es lo cierto que el silencio puede tener más valor que las palabras. Se pueden decir muchas cosas sin pronunciar ni una palabra, aparte de que quien habla mucho se equivoca mucho. Todos tenemos en nuestro haber la experiencia de haber dicho algo de lo que más tarde tuvimos que arrepentirnos. Aquello que dijimos, aquella afirmación que hicimos, trajo malas consecuencias, algo de lo que nos tuvimos que arrepentir. Si hubiéramos guardado silencio, si hubiéramos callado, no sería necesario tal arrepentimiento.
    Por supuesto que el uso de la palabra con sentido hace al hombre superior a los animales. Es una verdad indiscutible; sin embargo, como bien precisa Paul Masson célebre filósofo y escritor francés, “en virtud de la palabra el hombre es superior al animal, pero por el silencio se supera a sí mismo”. El silencio concede al ser humano una categoría superior a la que le concede la palabra, ya que superarse a sí mismo es mucho más difícil y meritorio que hablar. Quizá por ello, el eminente escritor inglés Thomas Carlyle decía que “el silencio es el elemento en el que se forjan todas las grandes cosas”. Y a la cabeza de esas grandes cosas habría que poner el hecho de saber superarse a sí mismo, de saber controlarse, dominarse. Razón tenía nuestro Santiago Ramón y Cajal cuando destacaba que “de todas las reacciones posibles ante una injuria la más hábil y económica es el silencio”. El silencio exige autodominio, superación.
    Existe un viejo proverbio chino que deberíamos tener muy presente. Dice: “No hables, si no estás seguro de que tus palabras son mejores que tu silencio”…         ¡Qué buen consejo! ¡Cuántos disgustos ahorraríamos a los demás y, lo que es más importante, nos ahorraríamos a nosotros mismos, si tuviéramos en cuenta este sabio consejo! Inspirándose en este proverbio, el gran José Luis Borges escribe: “No hables, a menos que puedas mejorar el silencio”.
    Pero es lo cierto que existen silencios muy difíciles de mejorar, porque son más elocuentes que las palabras. Un silencio bien administrado dice más que las mejores palabras. Siempre he tenido para mí que uno de los silencios más elocuentes fue el que guardó Cristo ante Poncio Pilato, cuando éste le preguntó qué era la verdad… No tenía sentido volver a repetir en aquellas circunstancias lo que ya había afirmado anteriormente: “Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida”. Pilato tenía ante si la Verdad, y no la veía, no la comprendía.     ¿De qué servirían entonces las palabras? ¿Para qué contestar?
Como vemos, el silencio siempre posee un gran valor, pero la cosa sube de punto si pensamos en los políticos, porque tienen merecida fama de charlatanes. Hace poco el conocido periodista Fernando Rayón escribía: “Cada vez me caen mejor los políticos que están callados, quizá también porque los que hablan sólo dicen tonterías. Y el regalo de Rajoy al PSOE durante las últimas semanas ha sido su silencio” (“La Razón”, 6-10-2016). El silencio siempre es elocuente, pero si es el silencio de un político lo es mucho más. En este sentido, les queda un largo aprendizaje a esos nuevos políticos que no cesan de hablar, lo que es tanto como decir que no cesan de decir tonterías.
Los nuevos políticos, los surgidos de la crisis económica y de los desahucios, los defensores del populismo, manejan bastante bien los tiempos de las palabras, pero no los tiempos del silencio. No saben lo que es la elocuencia del silencio. Su verdadera fuerza está en unas palabras que prometen unas soluciones rápidas y fáciles a problemas difíciles de resolver. Además de esto, son unas palabras viejas y desgastadas porque ya las habían usado Marx, Lenin, Stalin y otros muchos de sus seguidores.
     Sí, estos políticos recién llegados al mundo de la política abusan de las palabras, frecuentemente, estridentes y ruidosas; sin embargo, no recurren a la elocuencia del silencio que es quien podría liberarlos de decir tonterías, como es la de proponer que se retire en Barcelona el monumento a Colón, instalado desde el año 1888. Estos políticos recién llegados al Parlamento español deberían recordar que en él se sentaron personalidades de la talla de Emilio Castelar, Cánovas del Castillo, Sagasta, Francisco Silvela, Antonio Maura, Eduardo Dato, etc. ¿Por qué no toman ejemplo de ellos? ¿Por qué no miden lo que dicen?.