La partida

19/03/2022 - 12:08 Jesús de Andrés

En el fondo, aunque hay quien pretende ocultarlo, en Ucrania se disputa una partida a nivel global en la que juegan, por un lado, quienes defienden la pervivencia de los valores liberales como cimiento firme de nuestros sistemas políticos frente a, por otro, los asaltantes a la libertad política y económica.

Hay una opinión extendida en los medios de comunicación que concluye que la operación militar de Putin está siendo un fracaso por su larga duración. Le atribuyen al dictador ruso la pretensión de realizar una acción fulminante, casi quirúrgica, que llegara a la capital ucraniana en apenas tres o cuatro días para instalar allí un gobierno títere y retirarse victorioso cuanto antes a sus cuarteles. Nadie sabe cuáles son los cálculos de su estado mayor, ni qué escenarios barajaron antes de iniciar la invasión, pero lo cierto es que sus tiempos, los de Rusia, no son los acelerados tiempos de un programa de televisión que pretende relatar en vivo a golpe de última hora una historia con planteamiento, nudo y desenlace antes de la publicidad. La capacidad de resistencia de gobernantes y gobernados es una constante que define bien el alma rusa, esa que tantas veces se saca a pasear. Creo que Putin se ha equivocado y que esta operación le va a costar muy cara, pero estamos lejos de un final que, además, no será feliz. Los derrotados son y serán los ucranianos por más que, cuando salgan los rusos, se habrá consolidado definitivamente su Estado y reforzado como nunca su identidad nacional.

En el fondo, aunque hay quien pretende ocultarlo, en Ucrania se disputa una partida a nivel global en la que juegan, por un lado, quienes defienden la pervivencia de los valores liberales como cimiento firme de nuestros sistemas políticos frente a, por otro, los asaltantes a la libertad política y económica. No es de extrañar que Putin tuviera el apoyo de todos los antiliberales, da igual el extremo al que pertenecieran: desde los más rojos a los más pardos, todos contra la economía de mercado y contra la democracia liberal. Más allá de las etiquetas -rojipardos, neorrancios…-, Putin agrupó bajo sus alas a todos sus hijos en torno a un proyecto nacionalista, iliberal, reaccionario y autocrático. La brutal invasión ha propiciado que algunos levanten el pie del acelerador ya que su buenismo les impide ahora la identificación directa con el sátrapa del Kremlin, pero sin renunciar a sus reparos compartidos. Manifestaciones contra la OTAN, campañas de desinformación con sobredosis de noticias falsas, equilibrismos para no caer del lado de unos ni de otros… Una situación que, de no ser tan trágica, provocaría la risa. Ignoran estos revolucionarios de salón que Rusia es un sistema capitalista del peor tipo ya que no hay libertad de mercado sino un intervencionismo estatal que, lejos de promover políticas sociales o redistribución de la riqueza, facilita su concentración en las manos de unos pocos. Nobleza, nomenklatura u oligarquía, en Rusia siempre hubo quien se benefició de su posición dominante. Y aquí algunos dando palmas.