La rebelión de las partes

15/03/2014 - 23:00 Jesús Fernández

Cuando las partes se separan del todo es para constituir un todo aparte. Este es el drama de nuestro tiempo, de nuestra democracia. Las partes (las autonomías) quieren ser el todo (la nación). La transición como fórmula política no entendió ni explicó bien entre nosotros las relaciones del poder. Cuado se piensa que el poder, el Estado, la soberanía popular, la Constitución, la legitimidad es única, resulta muy difícil dividir, diversificar o repartir. Al principio se pensó que era suficiente distinguir entre poder del Estado y competencias, entre legislar y delegar, entre gobierno y administración, entre recursos y transferencias, entre titularidad y representación, entre centralidad y periferia. Con el tiempo transcurrido, todos estos conceptos se han venido abajo y han demostrado su inutilidad. Quien quiere poder quiere todo el poder y no sólo una parte. El poder no tiene periferia. Todo comenzó en un movimiento aferente, es decir, el Estado o poder “central” cedía o concedía generosamente, graciosamente, atribuciones y posibilidades de ejercer dicho poder en su nombre, de manera vicaria en un determinado territorio. Pero el receptor no se para a pensar que está limitado, condicionado por esa concesión y quiere ser el dueño y señor absoluto de su propio poder, no se resigna a ser un “mandado” o un delegado. Por el contrario, piensa que no hay límites en el poder. La medida del poder es el poder sin medida.
Ahora llega la rebelión derivada de la diversificación o de la multiplicación de los centros de poder. El poder no es único y comienza la lucha de los poderes. Un poder se rebela contra otro poder, o sea, contra sí mismo. Esa es la crisis en la que estamos inmersos y que se reduce a la unidad o multiplicidad de los poderes a los que se refieren los políticos cuando hablan de competencias que, paradójicamente, nunca son compartidas sino exclusivas. La rebelión de las masas, escribió nuestro Ortega y Gasset analizando lo que sucedía en la sociedad de su tiempo. Lo que existe hoy día es una rebelión silenciosa, una revolución interior, una insumisión desde el poder que aporta mucha tensión a la vida nacional.
El poder desafía al poder desde el poder. Guerra de poderes. El pueblo contempla desde la grada cómo los poderosos luchan unos contra otros preocupados sólo de su mantenimiento o fortalecimiento en el poder. Hasta el día en que la sociedad vea que todo es un juego y una representación de una minoría selecta con intereses ajenos al fluir de la vida en la sociedad invitada al espectáculo. En todo este proceso subyace un desprecio por el ciudadano en si, al que no dejan afirmarse o expresarse a si mismo, que se ve mediatizado, limitado y condicionado por toda clase de poder y de exigencias. Sólo tiene derecho a la vulgaridad como esencia de lo popular. Los ciudadanos pierden el sentido de participación, de responsabilidad, de comunidad y pertenencia sintiéndose relegado al último puesto de la escala social que crea el poder. Ya no cabe esperar más que una rebelión interior y moral para decir un “basta” al exceso de poder y su exhibición. ”