La Virgen


En estos días en que los templos y las calles se llenarán de nuevo. Hay que reconocer la sabia capacidad del catolicismo para adaptarse al politeísmo popular.

Transcurre lánguido el mes de agosto. Unos van a la playa, otros quizá a la montaña. Los que se quedan en casa abren las ventanas para que corra una brisa con evocación marina. Las noticias tienen un aire irreal, como si costara más procesarlas. Maduro da un paso más en la cubanización de Venezuela. La muerte de Ángel Nieto llena de pena las páginas de los periódicos. Son legión los que vuelven a su pueblo, al de sus padres o abuelos, los que por unas semanas repueblan comarcas vacías durante el resto del año, los que recuperan la memoria rural de la que son portadores, que se mezcla indisolublemente con la de su día a día urbanita. Y celebran tradiciones que unen a la tierra, que son parte de una cultura tradicional arcaica que, más allá de las creencias, otorga sentimiento de pertenencia a la comunidad.
    La festividad de la Virgen, tanto de su Asunción, dentro de escasos días, como de su Natividad, en septiembre, es una de estas celebraciones. El culto mariano se extiende por toda la geografía, ensalzando la fiesta con ofrendas y versos, con procesiones y cantos a las deidades locales. Ya no son fiestas de mantilla y reclinatorio, de camisa blanca y tez morena tras la siega como las de antaño. Son sincretismo de siglos que fusiona pasado y presente: politeísmo pagano, tradición popular, idolatría, folclore, fe… La solemnidad y el boato del ritual católico se funden con la expresión del sentir rural, herencia cultural transmitida de generación en generación.
    Don Julio Caro Baroja, quien mejor estudió el significado profundo de las fiestas, señaló el origen romano o prerromano de muchas de las veneraciones e imágenes católicas, pervivencia en el tiempo de otras anteriores. Entre nosotros, José Ramón López de los Mozos también ha indicado la posible procedencia pagana de algunos cultos provinciales. Incluso tenemos una Virgen de Minerva, en Selas, de idéntico nombre que la diosa romana Minerva –la Ateneas griega- cuya virginidad era su seña de identidad. En España, como recordaba Luis Carandell, hay más o menos 22.000 advocaciones de la Virgen, representadas en unas 50.000 imágenes. Sus nombres son los que llevan las mujeres españolas además de otros más curiosos como los de Nuestra Señora del Espanto, del Garrote, del Fuego o de los Buenos Libros. En Guadalajara tenemos a Nuestra Señora del Peral de Dulzura (Budia), de la Leche (Sigüenza), del Castillo (Castilmimbre) o de la Luz (Almonacid), entre otras muchas.
    En estos días en que los templos y las calles se llenarán de nuevo hay que reconocer la sabia capacidad del catolicismo para adaptarse al politeísmo popular. Decía Pessoa que el cristianismo es un politeísmo vergonzante, y lo decía como elogio. Frente al monoteísmo, que en algunos pueblos despóticos ha encontrado la horma de su zapato, el saber clásico de griegos y romanos permanece en forma de innumerables advocaciones marianas.