Las mentiras de la democracia

13/12/2016 - 17:08 Jesús Fernández

La Constitución actual no tiene defectos o lagunas, sino sensibilidades y falta de cumplimiento.

El escenario de inmoralidad pública actual hace muy difícil creer en la democracia. Poco a poco el pueblo va despertando y descubriendo las mentiras de la democracia. Hace tiempo que ella dejó de inspirarse en ideologías para perseguir sólo intereses. La ciudadanía descubre con el tiempo que a los partidos políticos y a sus dirigentes no les mueve o conmueven los problemas de la sociedad sino llegar al poder y sentarse o asentarse en él. Cada día es mayor  la distancia  o diferencia entre discurso y realidad, entre promesas y realizaciones, entre  intencionalidad y opinión, entre objetivos y procedimientos. La mentira es el mayor ataque a la personalidad del hombre y a sus derechos. Es la más repugnante de las injusticias. Existen muchas variantes culturales de ella. ¿Cómo podemos proteger a la población contra ellas?  Porque de ahí se puede pasar a verla como la gran mentira nacional y pensar que la democracia es una gran mentira y la representación una gran estafa o el régimen parlamentario un pacto de conveniencia entre amigos ambiciosos de poder que se reparten sus beneficios. Lo demás es residual. Todo es ficticio. Nada de lo que aparece es real.
    La Constitución actual no tiene defectos o lagunas sino debilidades y falta de cumplimiento. Lo que necesitamos es una transformación o mejora  de la democracia y no una reforma de la Constitución. La crisis es del sistema y sus hombres, no de los fundamentos de la convivencia. Detrás de tanto diálogo, concertación, consultas, negociación, reuniones, acuerdos entre ellos, sólo se esconde una lucha disimulada por los intereses personales y engañan al pueblo anunciando pactos y programas que sólo sirven para tapar intereses subterráneos, ocultos y no desvelables. Tienen que homologar sus intereses y alinear sus estrategias.  Las otrora élites financieras en un capitalismo liberal o de libre mercado son hoy los partidos políticos que controlan el patrimonio invisible de la ideología y voluntad popular por su larga infiltración en la sociedad. Desarrollan un discurso falso y falsificador de la realidad. Los privilegios de la clase política nos asfixian.
    Para la democracia  representativa, el hombre de hoy  no es un receptor de derechos sino un emisor  de recursos y contribuyente neto de propiedades, adhesiones y voluntades. La existencia del pueblo no cuenta para nada a la hora de ciertas decisiones. Los políticos se arrogan una fuerza y representatividad que no les corresponde para lo cual tienen que expropiar y confiscar representación. Se ha sustituido una burguesía por otra. La racionalidad en la democracia  ha sido sustituida por la opinión, la discusión  por la publicidad, la argumentación por la propaganda, los principios por la proporcionalidad, la ética por la aritmética. Terminamos en el extremo contrario, hay que creer en la democracia porque sus  mentiras no nos permiten comprenderla.