Los 'domingueros'

06/08/2016 - 10:08 Francisco Vaquerizo

Acabo de leer que "el dominguero forma parte esencial de nuestro ecosistema social desde mediados del pasado siglo".

Acabo de leer que “el dominguero forma parte esencial de nuestro ecosistema social desde mediados del pasado siglo”. Y que vive, aunque con otra piel y otros hábitos. La noticia me ha llenado de melancólica ternura. Me ha recordado aquellas caravanas de “seiscientos”, que me cruzaba cada domingo entre Auñón y Alhóndiga. Era la década de los sesenta. Familias enteras, incluida la abuela, camino de Entrepeñas y Buendía.
         “Seiscientos” correosos, tozudos, capaces de superar con mucho sus limitaciones espaciales. No faltaba la tortilla de patatas, la caja de los botellines, la baraja de Heraclio Fournier, las sillas, la mesa de camping y la radio para escuchar Carrusel Deportivo. Eran años de mucho entusiasmo. De despegue económico. Los curas poníamos señales en la carretera anunciando la hora de la Misa. La verdad es que no paraba nadie. En Alhóndiga, sólo a torear las vaquillas de la Escuela Taurina, que dirigía Zoílo Centenera, “viva moneda que nunca se volverá a repetir”.
     Docenas de experiencias podría contar de aquellos tiempos. Pero no renuncia a referir lo que me ocurrió con unos domingueros. A punto de llegar a Alhóndiga para la Misa de la doce, en la última curva antes de  dar vista al pueblo, había unos cerezos verdaderamente llamativos. Me fastidiaba que algunos descarados robasen a mis feligreses. Que lo hacían de vez en cuando. Esa mañana, había dos coches parados y parte de sus dueños subidos a los cerezos. Detuve el “seiscientos” e iluminado por una idea magnífica, que diría mi amigo Daniel, me acerqué a ellos y les hablé, con cara de preocupación: “¿Son de ustedes estos cerezos?”
  Se quedaron mudos. Yo vestía sotana, lo que hacía, en principio, más creíble mi advertencia. “Estos cerezos – añadí – son del hombre más bruto que habita en el contorno. Me consta que ha prometido venir un día con la escopeta y disparar contra quienes le roban las cerezas, aunque se busque la ruina. No digo que lo vaya a hacer pero sí digo que es muy capaz de hacerlo”. Desaparecieron como alma que lleva el diablo. No se me ocurrió más eficaz  manera de alejarlos.
    El dominguero de hoy es otra cosa. Menos arrebatado, con otros comportamientos y moviéndose por otros espacios. Buscando la diversión por caminos más sofisticados, más artificiales. El dominguero de hoy se puede pasar el día en un centro comercial acompañado de esposa e hijos. Compra, come, ve cine, se baña en la piscina, merienda, cena o simplemente pasea. Controla el entorno. Se sabe todas la tiendas y viste ropa deportiva. Si sale al campo o tiene una casita en el campo, hace senderismo, “trekking”, se tira en tirolina o ejercita otras actividades como jugar a Rambo por equipos, hacer gymkanas y lo que se ponga por delante. Tiene su aquel, pero yo me quedo con el antiguo. Con el dominguero original.
    De todos modos, hago votos por la supervivencia del dominguero. No deja de ser un adorno, un exponente y, a juicio de alguno, una gloria nacional.