Me pierdo las amapolas
Si la vacunación no es masiva y la alegría nocturna, o diurna, se desmanda, el verano se adivina problemático, hay que tener cuidado.
Mi hija me ha sugerido que escriba sobre la basura espacial, un asunto de actualidad, porque los humanos, que ya hemos ensuciado el planeta por tierra, mar y aire, ahora tenemos el espacio exterior lleno de desperdicios, cohetes, satélites espía rotos y otras porquerías espaciales y contundentes que cualquier día nos caerán sobre la cabeza. Solo al hombre se le ocurre escupir al cielo, Dios estará contento. La profesión del futuro será la de basurero espacial, en España hay un par de ellos, tipos listos que construyen máquinas para recoger los restos del espacio, traerlos a casa, reciclarlos y hacer artilugios que se autodestruyan.
Nuestro universo es precioso desde aquí. Esta magnífica y límpida bóveda azul incluye nubes y lunas de todas clases, azules, rojas, del Cazador… Antes todas las estrellas eran de verdad, pero ahora algunas de las más hermosas están a un palmo de nuestras narices y son laboratorios de investigación meteorológica. No me gusta enterarme de estas cosas, no quiero saber que, por el impoluto cielo de Sigüenza, en vez de ángeles y seres queridos que nos cuidan, hay cohetes chinos. Siempre he sido lunática y una buena noche estrellada con su luna llena sobre el mar apacigua el alma y hace mucho bien a hombres y animales, enamorados o no. Me pregunto cómo vamos a limpiar todo lo que hemos ensuciado desde nuestra casa del paraíso terrenal, y lo expongo aquí por si el ministro del ramo de las basuras tiene alguna idea que nos tranquilice.
Anoche terminó el estado de alarma y el confinamiento periférico. Este año Sánchez no ha sido aplaudido por acabar con el coronavirus, pero ayer, desde mi piso alto, oí la alegría de la gente joven. Si la vacunación no es masiva y la alegría nocturna, o diurna, se desmanda, el verano se adivina problemático, hay que tener cuidado. Y Madrid no es la única ciudad donde se celebra la primavera y la libertad, a pesar de lo que diga la propaganda de la gauche divine.
El año pasado los urbanitas nos perdimos las amapolas porque estábamos confinados y el único vestigio de que la naturaleza renacía era el olor a campo y, sobre el silencio de la ciudad vacía, el canto de los pájaros. Abrir las ventanas era un sorprendente revivir de los olores infantiles y los sonidos antiguos, un retroceder en la vida. Este año huele como siempre y ha vuelto el ruido de las obras, hay que vivir y viva el trabajo. Solo los mirlos de Eloy Gonzalo, escondidos entre los árboles del antiguo Instituto Homeopático, dominan el tráfico con sus trinos. Son la Sinfónica de Chamberí, una maravilla.
Paco Marquina me envía un poema de Miguel D’Ors, que me encanta, AMAPOLA: “Mira qué descarada se levanta/ en medio del domingo/… Ella contenta como el canto de un mirlo en un cerezo/… Sin proponerse nada, solo siendo esa breve sílaba de belleza que ahora estalla / y quizá esta noche ya no exista”.