Nadal
En el caso de Rafa Nadal, que une a su calidad como tenista su excelencia humana, la unanimidad internacional es absoluta. A los 21 grandes premios conseguidos en los últimos años se une una actitud impecable con jueces, público y rivales.
En una sociedad tan quebrada como la nuestra, tan enfrentada por saturación ideológica, sería deseable que ciertos ámbitos estuvieran al margen del odio visceral, del rechazo al otro, del enfrentamiento permanente, y ser lugares de encuentro. La cultura y el deporte, por ejemplo. Tan ensimismados estamos en nuestro afán discrepante que somos incapaces de ver que muchas de nuestras virtudes, nuestra verdadera “Marca España”, se asientan en la actividad de cantantes, actores o deportistas cuando consiguen éxitos, abarrotan estadios y obtienen premios o victorias. Julio Iglesias, Joan Manuel Serrat, Rocío Jurado o Joaquín Sabina, por ejemplo, han hecho más por la cultura española, por nuestro reconocimiento internacional, que mil campañas publicitarias juntas; las películas de Almodóvar, Garci o Amenábar nos ponen en el mapa; Antonio Banderas, Penélope Cruz, Javier Bardem o Paz Vega promocionan España; Marc Márquez, los hermanos Gasol, Carolina Martín, Fernando Alonso y tantos otros hacen que nuestro himno suene en todo el mundo. Pero aquí, de puertas adentro, afectados de cainismo crónico, muchas veces somos incapaces de reconocer lo que fuera se aprecia por aclamación y hacemos nuestra criba particular.
En el caso de Rafa Nadal, que une a su calidad como tenista su excelencia humana, la unanimidad internacional es absoluta. A los 21 grandes premios conseguidos en los últimos años se une una actitud impecable con jueces, público y rivales, un constante afán de superación y una resistencia que solo los héroes clásicos pueden alcanzar. Pues aquí, ni por esas. No faltan los odiadores profesionales, esa subespecie que se desarrolla sobre todo en las redes sociales, ni faltan los expendedores de etiquetas, cayendo en desgracia quien no coincide con las suyas. Esta vez, el listón más alto lo ha puesto Juan Manuel de Prada en un artículo en ABC, donde para defender a Novak Djokovic por ser un símbolo de la resistencia antivacunas no tiene más argumento que despreciar a Nadal. Para tan eximio escritor, “al ganador de esta edición del Open de Australia quizá lo recuerden unos pocos aficionados acérrimos del tenis durante unos pocos años (…). A Djokovic, en cambio, nadie podrá disputarle la gloria de haberse injertado en la Historia para siempre”. Obsérvese la gracieta del verbo usado -hasta 3 veces-, injertar, que no puede contener más mala baba. Dice De Prada que “pasarán los años, pasarán las hazañas deportivas de sus coetáneos; y resplandecerá la leyenda del hoy estigmatizado Djokovic (…), seguirá honrándose la hazaña del hombre que, en un tiempo de tibios, se negó a inclinar la testuz”. Frente a él, Nadal y sus colegas que sí compitieron en Australia, a los que “dentro de cincuenta años nadie recordará”, se mostrarán “encorvados y decrépitos (aunque con el ridículo injerto capilar intacto)”. Menos mal que quedarán sus crónicas para rememorar tanta ignominia.