Ningún día debería ser desperdiciado
El día, nuestro día, es un buen amigo.
Tu día, cada día te da muchas indicaciones. En cada situación el día nos quiere explicar qué deberíamos cuestionar y superar. Él, el día, tiene buenas intenciones para con nosotros. Nos advierte oportunamente. Todo, absolutamente todo es energía, todo lo que parte de nosotros es energía, que se graba según los contenidos positivos y negativos de nuestra forma de pensar, hablar y obrar, y que en algún momento regresará a nosotros en forma de porciones. Por tanto, lo que hemos grabado en los muchos, muchísimos días de nuestra existencia terrenal, lo negativo y lo positivo, forma parte de nuestro devenir como personas, o de nuestro camino como almas después de nuestra muerte física.
El día, nuestro día, es un buen amigo. El Espíritu de Dios, de nuestro Padre siempre procura hacernos reconocer a tiempo a través de nuestro día, lo malo que hay en nosotros, para que lo superemos antes de que irrumpa en nuestro cuerpo físico como una enfermedad o un golpe del destino, o a más tardar en el alma tras la muerte. Se trata justamente de lo que los seres humanos solemos calificar como una vida marcada por el destino.
Cada día se nos anima a reconocernos en las situaciones negativas y aprender de ellas, con el fin de conducir nuestro devenir a los cauces de una vida más espiritual, menos orientada a lo mundano, de modo que nuestra alma tenga ante sí una “ascensión a los cielos” tan pronto como abandone su envoltura, el cuerpo humano.