Noviembre, el noveno mes juliano y undécimo gregoriano

05/11/2016 - 19:26 Jesús Orea

En esta nueva cita mensual con los lectores de Nueva Alcarria que los magníficos mensarios de las iglesias románicas de Beleña de Sorbe y Campisábalos nos están ayudando a trenzar y argumentar, toca abordar el penúltimo mes del año

En esta nueva cita mensual con los lectores de NUEVA ALCARRIA que los magníficos mensarios de las iglesias románicas de Beleña de Sorbe y Campisábalos nos están ayudando a trenzar y argumentar, toca abordar el penúltimo mes del año. Aunque en el calendario gregoriano actual sea el undécimo mes, noviembre era el noveno en el antiguo calendario romano -de ahí deviene su origen etimológico- y es representado en el Mensario de Beleña a través de tres figuras: el labrador con una bolsa de semillas, la aguijada -una vara larga que en un extremo tiene una punta de hierro con la que se pica a los bueyes de la yunta- y, precisamente, dos bueyes. Todo ello escenifica la labor de la siembra, propia del tiempo de otoño y que ya estaba representada también en la escena del friso del mensario de Campisábalos correspondiente a octubre. Por otra parte, en este último menologio, la imagen que representa a noviembre escenifica el inicio del tiempo de la matanza mediante un campesino que clava un cuchillo sobre un voluminoso cerdo.

Tanto la siembra como la matanza eran dos tareas tradicionales de vital trascendencia en el mundo rural pues la primera resultaba -y, obviamente, aún resulta- imprescindible para después, al inicio del verano, poder recoger el grano del cereal -base del sustento de la alimentación, tanto del hombre como de las mulas o bueyes de labor- y, la segunda, constituía una gran jornada, muy práctica, al tiempo que ritual y festiva por los motivos que luego veremos.

Pero antes de tratar sobre el tiempo y las formas tradicionales de la matanza -que es la imagen de noviembre en el mensario de Campisábalos y tras haber abordado en la anterior entrega de esta columna la decisiva relevancia de la siembra y la panificación en el agro castellano, que se representa este mes en el de Beleña y ya se escenificaba en el de Campisábalos en octubre- vamos a referirnos, aunque sea brevemente, a la historia de los distintos calendarios pues ambos menologios no dejan de ser, precisamente, eso: calendarios esculpidos en piedra en los que se muestran los afanes y tareas propios de cada mes en el ámbito rural.

El actual calendario, el gregoriano, fue implantado por el Papa Gregorio XIII en 1582, a través de una bula, y vino a sustituir al que entonces regía en Europa, que era el juliano –que, a su vez, fue una modificación del llamado romano, al que sucedió- implantado por Julio César en el año 46 a. de C. y que, incluso, siguió rigiendo en algunos países de religión ortodoxa -entre ellos Rusia- hasta principios del siglo XX. Tanto el juliano como el gregoriano se estructuran en doce meses –el romano solo tenía diez-, pero el primero se inicia en “Martius” -mes de Marte, dios de la guerra y de los “idus” más renombrados, días de buenos augurios que también los había en el resto de meses del año- y concluye en “Februarius” -mes de las hogueras purificadoras-. Los otros diez meses del calendario juliano eran: “Aprilis” -mes de apertura de las flores-, “Maius” -mes de Maia, diosa de la abundancia-, “Junius” -mes de Juno, diosa del hogar y la familia-, “Quintilis” -mes quinto-, “Sextilis” -mes sexto-, “September” -mes séptimo-, “October” -mes octavo-, “November” -mes noveno-, “December” -mes décimo- y “Januarius” -mes de Jano, dios de las puertas, de los inicios y los finales-. El objetivo perseguido por los distintos calendarios ha sido tratar de hacer coincidir el año civil con el astronómico, algo realmente complicado por el desajuste temporal ocasionado por la duración de la traslación terrestre, que es de 365 días, 6 horas y 9 minutos -además, con tendencia a retardarse-, de ahí que el gregoriano, el vigente, introdujera los días bisiestos -hay 97 cada 400 años-, para procurar corregir esa perturbación. Como curiosidad, señalar que el calendario gregoriano, cuando se implantó en 1582, hizo que “desaparecieran” de la historia 11 días de ese año, los que hubieran devenido entre el 4 y el 15 de octubre, pues se pasó directamente del 4 del “october” juliano al 15 del octubre gregoriano, precisamente por causa del ajuste astronómico. Por cierto, ese hecho solo ocurrió en Italia, España, Portugal y la zona católica de Polonia, que fueron los primeros países que lo adoptaron.

Y hablamos ya de la matanza que representa a noviembre en el mensario de Campisábalos, mes en el que se celebra San Martín, el día 11,  momento en que comienza para los cerdos la cuenta atrás para acabar desollados en una artesa: “A todo cerdo le llega su San Martín”, dice el refrán, que se suele utilizar metafóricamente cuando a alguien no muy apreciado le llega un mal momento, incluso su mismo final, y que tiene su origen en el inicio de la temporada de las matanzas de cerdos, algo que suena a cruel y hasta despiadado, pero que era básico en las comprometidas economías rurales de antaño para aportar proteínas y calorías a sus diezmadas dietas. Ese tiempo duraba hasta San Antón (17 de enero): “Por San Antón no tengas en la pocilga tu lechón”.

En los tiempos que corren, hablar de matanzas de animales, incluso aunque sean cerdos y ya nazcan como abasto de carnicería, puede herir muchas sensibilidades, pero, como apuntaba antes, en los que corrieron décadas y siglos atrás en nuestros pueblos era sinónimo de poder comer carne en el invierno, algo imprescindible para soportar sus rigores y poder trabajar duro, que era la única forma de trabajo entonces conocida. Ahora basta con tener un buen y amplio congelador para conservar muchos meses un cerdo entero, pero entonces había que acudir obligatoriamente a las técnicas de conservación tradicionales de la carne para que la matanza llegara hasta cuaresma: fundamentalmente el ahumado, que ya aplicaron los hombres prehistóricos; la salazón, de origen egipcio pero extendido su uso por los romanos, y la conserva en aceite, típicamente mediterránea, donde abunda el “olea europea”, nombre científico de la olivera, el olivo o el aceituno, que son los nombres vulgares del árbol que produce el “oro verde”, como es llamado el aceite por su extraordinario valor en la cocina y en la despensa. Y dicen que hasta dentro del cuerpo, ingerido en su justa medida, por supuesto.

El conocido dicho que afirma que “eres más grande que el día de la matanza” refleja gráficamente su importancia en las antiguas y precarias economías rurales, hasta el punto de que se convertía en todo un rito comunitario y familiar de extraordinaria relevancia, muy esperado y celebrado, y que se producía con unos protocolos y formas ciertamente singulares.