Por el Alto Rey

19/11/2016 - 13:30 Luis Monje Ciruelo

Me fui el pasado sábado por tierras del Alto Rey, que hacía varias semanas que no iba por la Sierra Norte.

Me fui el pasado sábado por tierras del Alto Rey, que hacía varias semanas que no iba por la Sierra Norte. No llevaba intención de buscar níscalos, setas o boletos como la mayoría de los ocupantes de los muchos coches que veíamos en los páramos y en los bordes de los pinares. Y si lo hubiese pretendido se me habrían quitado las ganas al ver en las cunetas, bien visibles para los automóvilistas, unos carteles que advertían “Acotado de setas y hongos” lo que suponía que para cogerlos había que pasar antes por los ayuntamientos para obtener el permiso correspondiente. Y lo hubiese hecho si el alcalde me garantizara que iba a poder llenar una cestita que previsoramente llenaba. Pero al alcalde que se lo pregunté me contestó que eso no entraba en las comptencias municipales. Así que continué el recorrido limitándome a observar las tonalidades de color que muestra la naturaleza al llegar el otoño, lo mismo en los valles los chopos que en los montes los robles, sin necesidad de llegar al Hayedo de Tejera Negra. En Bustares dudé si subir o no a la cumbre (1.860 metros) por la carreterita abierta hace años al servicio de una estación de vigilancia del Ejército. Al final no lo hice porque ya hemos ascendido varias veces, y los dos viajeros conocíamos bien el grandioso horizonte que desde su altura se domina con el Moncayo al Norte, los “ochomiles “ de Guadalajara al Oeste y las humeantes chimeneas de la central nuclear de Trillo y las Tetas de Viana al Sudeste. Y contribuyó a no subir el descubrir que además de las antenas  situadas junto a la ermita del Cristo del Alto Rey, que tanto irritan a los fotógrafos, se mantenían las antenas del puesto militar de Transmisiones, que yo creía suprimidas.  Y eso me molestó. Dimos la vuelta por los rusientes robledales de El Ordial, donde vacas, terneros y caballos percherones, algunos con aspecto de poy, pastaban libremente en sus extensas praderas, y nos detuvimos en Arroyo de las Fraguas, en su restaurante Alto Rey, donde su dueña, suscriptora casi desde siempre de nuestro periódico, nos sirvió una exquisita ración de boletos (“boletus” dicen los latinistas) sin necesidad de pedir permiso al alcalde. Y si digo que allí vimos cuatro gatos, miento un poco, porque eran seis los que había en la carretera. Recordé que en El Atance no había ninguno porque se los comían las zorras. Y una murió de hambre al meterse en un gallinero en sótano y no poder salir.