Prohibir los Toros

19/08/2017 - 11:11 Javier Sanz

 ¡Mira tú que poder elegir libremente como espectador la asistencia al coso taurino cuando lo fácil es prohibirlo por decreto anulando la celebración de corridas…!

Se trata de tomar el rábano por las hojas, seleccionarlas bien, picarlas finas y ponerlas a cocer. Y se va añadiendo lo más rico del pensamiento humano: que si derechos de los animales (¿de verdad, alguien cree que los animales tienen “derechos”?), que si unas gotas de picante de diferentes botecillos etiquetados como “tortura”, “maltrato”, “asesinato”, “barbarie”… que tanto estimulan determinados paladares, que si, en fin, “salvajismo”. No se deje reposar y sírvase de inmediato, tómese con sed de justicia y el efecto será instantáneo. Si se guarda en cuarto oscuro no se echa a perder, aunque siga oliendo a revenido, y el brebaje se saca en ocasiones especiales, por ejemplo en campañas electorales, especialmente “periféricas”.
    Lo mejor es ignorar antropológicamente los orígenes, tener por bárbaros a quienes iniciaron el juego con el toro y calificar de dementes a quienes se asomaron al redondel, se dieron cuenta de su significado, de su folklore, de su arte, de su fiesta, de su alegría y, también, de sus humanas miserias pues no obstante está protagonizado por el hombre. Convendrá asimismo enviar un apostolado redentor a Francia, México, Venezuela, Perú, Colombia, Ecuador y Portugal, países asimismo primitivos donde también se celebran bárbaras ferias taurinas. Por supuesto, conviene denigrar la elección voluntaria de quienes sueñan con que la de torero sea su profesión, que arranca en escuelas taurinas donde se imparte no sólo enseñanza del toreo sino estudios reglamentarios.  
    Desprestigiemos también a esa legión de tarados, de Goya a Barceló, pasando por Eugenio Lucas, Doré, Picasso, Unceta, Ramón Casas, Solana, Zuloaga, Cecilio Pla, Penagos, Vázquez Díaz o Botero; de Cervantes a Cela, pasando por Valle Inclán, Hemingway, Alberti, Blasco Ibáñez, Ortega y Gasset, Pérez de Ayala, Gómez de la Serna, Sánchez Mejías, Bergamín, Caro Baroja, Gómez Pin, Savater o nuestro Ángel María de Lera; de Bizet, Barbieri, en fin, de Orson Welles. Y qué decir del insensato García Lorca cuando escribe: “Los toros son… la fiesta más culta que hay hoy en el mundo”, o del loco Pérez Galdós: “Subsistirán, pues, las corridas de toros, mientras exista este anhelo de lo pintoresco, del espectáculo brillante y movido, esta apreciación del color y esta propensión a la alegría… Se puede decir que el día que no haya toros, los españoles tendrán que inventarlos.” La verdad, estos amantes de la Fiesta de los Toros, intelectuales de medio pelo todos ellos, no tienen remedio. ¡Mira tú que admirar y celebrar la Fiesta, un rito milenario…!
    ¡Mira tú que mantener cuidadosamente la especie del toro de lidia en las dehesas, cuando lo mejor es eliminarla de un plumazo de tinte animalista…!
    ¡Mira tú que poder elegir libremente como espectador la asistencia al coso taurino cuando lo fácil es prohibirlo por decreto anulando la celebración de corridas…!